EN EL DÍA DEL MILITANTE
Audelina Sofía Dominguez
06/09/1918 – 17/11/2004
Fue
maestra en Corpus, en las escuelas “rancho” de la provincia de
Misiones. Allí conoció a mi padre que era gendarme y se casaron; poco
tiempo después nací yo, un 03 de junio de 1945, y mi madre me puso el
mismo nombre de su mamá.
La
familia se instaló en Buenos Aires. Allí comenzó a vincularse con la
Fundación Eva Perón donde me llevaban a jugar con otros chicos. Cuando
volvía a casa con juguetes me retaban y me obligaban a regalarlos.
Mi
padre era empleado en el Ministerio de Hacienda. El día fatídico del
bombardeo a la Plaza de Mayo, en junio de 1955, mi mamá lloraba y me
abrazaba mientras escuchaba Radio Colonia para saber si papá estaba era
mencionado en la lista de muertos. El estuvo cuatro días como voluntario
de la Cruz Roja en la asistencia pública.
Un
día mi papá me explicó que mamá iba a realizar un viaje. Vivíamos en el
barrio 17 de octubre, en Capital Federal. Fue un momento que no podía
comprender bien, los vecinos me señalaban como “la hija de los
peronistas”. De muy chiquita me acostumbre a escuchar cosas que con el
tiempo comprendí mejor. Un día mi papá me dice que mamá estaba en casa
de una amiga y que el domingo la íbamos a visitar. Cuando llegamos me
señala la puerta y me explica que él se iba a quedar en la esquina,
mientras el tío Carlos -hermano de mi mamá- caminaba por la vereda como
cualquier otro peatón. Por seguridad, sólo yo podía ingresar a la casa,
ellos nó. Cuando fui grande entendí que mamá estaba oculta, clandestina.
Pasó
un año, me había acostumbrado a su ausencia. Esa mañana estaba contenta
por la visita de mi abuelo que había venido desde Córdoba. Salimos con
papá camino a la escuela y me dijo que a lo mejor me daba una sorpresa.
“Vuelve mamá a casa. Pero éste es un secreto”. Ya estaba acostumbrada a
los secretos. Al volver de la escuela, mi mamá estaba en la cocina con
el abuelo, con Nelly -una misionera amiga de mis padres que me cuidaba
por esos días-, no pudimos contener el llanto y los abrazos, la familia
estaba completa. Yo quería salir a avisarle al barrio que mi mamá había
vuelto, pero no podía, tenía que mantener el secreto. En esa época la
costumbre era cenar y dormir a las 20:30 horas, por más alegría que
hubiese en la casa. Por lógica le dejé mi cama al abuelo, Nelly en su
cama, aunque era grande mi papá me dejó dormir con ellos en su
cama. Tenía 12 años. De madrugada, mientras dormíamos, el estallido de
los vidrios de las ventanas interrumpieron el silencio de la noche. Un
grupo de Coordinación Federal de la policía tiró la puerta abajo y
rompió todo lo que se interponía a su paso. Papá saltó de la cama para
cerrar la puerta del dormitorio mientras mamá me abrazaba. Lo sacaron a
empujones mientras me aferraba a mamá. Grité tanto que los propios
policías esperaron a que me calmara para sacarme de la pieza. Al salir
veo a papá con los brazos en la pared, el abuelo y Nelly llorando.
Buscaban cualquier cosa prohibida, como libros, medallas, fotos y
cualquier cosa que nos vincule al peronismo. Los vecinos estaban
escondidos, con miedo. Sólo algunos pocos se acercaron para pedirle a la
policía que al menos nos dejen ir a Nelly y a mi. Intenté salir, pero
al verme rodeada de policías volví corriendo con mi padre.
La
policía dejó despedirme de mi mamá. Cuando la tomé de la mano ella
comenzó a cantar la marcha peronista, pero la paciencia policial estaba
al límite, juntas cantamos, como en la escuela, el himno nacional. Me
pidió que cuidara a papá, justo antes de dejar de sentir su mano. La
llevaron detenida bajo el plan CONINTES. Ahí empezaron las visitas del
domingo a la cárcel de la calle Humberto 1°, en San Telmo. Entre las
presas había políticas, diputadas, y militantes de la organización de
Patricio Kelly. La trasladaron a la prisión de Punta Alta, en Bahía
Blanca. La Liga Argentina por los Derechos del Hombre nos ayudaba con el
pasaje para visitarla junto a mi papá una vez al mes. Ella nos recibía
con delantal gris, como las presas comunes. Papá lucho para que la
trasladen a Buenos Aires, donde cumplió la condena.
Cuando
recuperó la libertad, tratamos de recomenzar como familia. Volvió a la
escuela, y lógicamente también a la política. Viajó a Puerta de Hierro a
visitar a Perón. Incluso llegó a integrar el Comando Táctico Peronista,
encargado de la resistencia peronista.
Crecí,
estudié y como no podía ser de otro modo milité políticamente. Era la
época en que nos perseguían, pero para mi no era una novedad. En 1973
ingresé a trabajar en la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires.
Presencié el último discurso del general Perón en la Plaza de Mayo.
Me
casé y tuve mi único hijo el 18 de agosto de 1977, cuando yo estaba
clandestina sin militar en el peronismo. “No hagas lo mismo que yo que
no estuve a tu lado”, me dijo mi mamá cuando nació Mariano. Entonces
dejé la militancia y me quedé al lado de mi hijo: Fui una mamá como
cualquier otra. Como abuela le dio todo a su único nieto. De
adolescente, a Mariano le encantaba escuchar los relatos de su abuela,
cuando estuvo clandestina, cuando estuvo presa. No entendía cómo su
abuela, que fue maestra, directora, intelectual, haya atravesado esa
situación. “ La Noche de los lápices”, “los desaparecidos”, fueron temas
que sólo yo pude contarle a Mariano, porque no se animaba a preguntarle
a su abuela.
El
23 de marzo de 1995 mi hijo Mariano fue asesinado. Mi mamá lloró y
sufrió junto a mi. Recuerdo que me dijo: “No abandones la lucha”. Hoy
quisiera decirle que a 15 años sigo ese camino.
Linda Vásquez
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