HISTORIAS PARA NO SER CONTADAS – Diagonales, La Plata, 2 de abril
Por Jorge Luis Ubertalli
En aquella Managua calurosa y húmeda, los argentinos supimos ese día que
cargábamos dos guerras. Una, la que llevábamos a cabo junto al pueblo nicaraguense,
con su vanguardia sandinista al frente, contra los yanquis y sus asociados, entre
ellos los uniformados argentinos. Otra, la que se iniciaba en las frias y
soledosas Islas Malvinas, reconquistadas ese 2 de abril de 1982 por los
encomendados de una dictadura cívico-militar que hacía agua, enfrentada a
una vieja arpía inglesa que también crujía por la crisis. Dos gobiernos sin
pueblo, amantes del mas crudo capitalismo a secas, confrontaban por
soledosas islas que, a no dudarlo, pertenecían, pertenecieron y pertenecen
al territorio argentino. Guerra entre "occidentales y cristianos" que,
escarneciendo a sus propios pueblos, la emprendían sin más designios que
"patear para adelante" sus conflictos internos.
Restricción del gasto público, privatización de empresas estatales, quiebra
de empresas, guerra y represión contra los trabajadores, "liquidación del
Estado de bienestar" para beneficiar a los ricos y aversión demencial
contra el "comunismo" fueron las coordenadas que homologaron a los
capitostes de ambas fuerzas: El general Leopoldo Fortunato
Galltieri, genocida argentino en comunión con los demás integrantes de las
Juntas Militares que asolaron al país desde 1976 a 1983; y la denominada
"dama de hierro" de Gran Bretaña, Margaret Tatcher, siniestra hambreadora
y represora de su propio pueblo y el pueblo
irlandés, cómplice y copartícipe de los crímenes cometidos por su aliado
Ronald Reagan y otros de su calaña contra los resistentes negros
sudafricanos que luchaban contra el apartheid, contra libios e iraníes
en los 80. Enamorados del poder, concebidos casi el uno para el otro,
Galtieri y Tatcher fueron el unívoco signo de la barbarie, que así como lidiaron
se necesitaron mutuamente para engatusar a sus respectivos pueblos.
La reserva moral de occidente
Inflación galopante, deuda externa in crescendo, negociados por doquier,
extranjerización de la economía, liquidación del parque industrial, achique
del mercado interno, caída del PBI en un 11,4%, inflación trepando al 600%,
caída del salario real en un 19,2%, desocupación y represión para los
trabajadores y el pueblo, sumados al genocidio perpetrado contra 30.000
hermanos y compañeros, fueron los signos que destacaron a la Junta Militar
iniciada en 1976. Bajo la batuta económica de Martínez de Hoz, primero, y sus
discípulos y amigotes, mas tarde, el país se sumió en una debacle que fue
desgastando a los integrantes de la Junta. A Videla lo sucedió Viola, a
Viola, - aprovechando la bendición de Ronald Reagan, a quien visitó para
manifestarle su devoción anticomunista y destacarle que, como en épocas
anteriores, los uniformados locales serían puntales para combatir al
comunismo donde fuere- lo sucedió Galtieri, quien heredó de sus antecesores
y profundizó, a través de la puesta en escena de su nuevo ministro de
Economía, Robeto Alemann, las medidas antinacionales y antipopulares que
los caracterizaron. Una marcha y concentración de la CGT-Brasil, presidida
por Saúl Ubaldini, el 30 de marzo de 1982, que movilizó a todo el
país, produjo una brutal represión policial que dejó 4000 detenidos,
decenas de heridos y un muerto en Mendoza. Fue la gota que desbordó el pozo
séptico de la dictadura, jaqueada desde 1976 por la resistencia obrera y
popular, las marchas de familiares de secuestrados -desaparecidos, las
acciones montoneras, el paro del 24 de abril de 1979, en el marco del
secuestro – desaparición de los dirigentes del gremio de Luz y Fuerza Oscar
Smith, de Buenos Aires, y Tomás Di Toffino, de Córdoba, este último
discípulo del inolvidable Agustín Tosco, y del 22 de julio de 1981. Ante
esta situación de desprestigio, Galtieri dio inicio, previo plan de la
Armada, a la ocupación de las Islas Malvinas, intentando reconciliar a la
dictadura con un pueblo que, a merced del terror y la anomia, buscaba algún
camino para aliviar sus desventuras. Así fue como muchos de los miles que
marcharon el 30 de marzo para repudiar a los uniformados, se volvieron a
movilizar el 3 de abril, ante un llamado de Galtieri, para respaldar esta
vez la reconquista de Malvinas. Bandazos desesperados, que pasaban del
pesimismo al exitismo, a falta de una dirección revolucionaria que indicara
el camino a seguir, signaron el momento político de ese entonces.
“La reserva moral de occidente”, como se autocalificaban los militares
argentinos en su lucha contra el comunismo; los que habían contraído la
deuda externa aceptando el juego de la banca británica y norteamericana de
colocar petrodólares a préstamo, tal como se destacó en una nota de este
autor escrita en Diagonales el último 24 de marzo; los que habían
participado, como socios de la CIA, junto a los uniformados chilenos y de otras
nacionalidades en la tarea de tratar de desestabilizar y liquidar a la
Revolución Popular Sandinista en Nicaragua; los que hambreaban a su propio
pueblo y le negaban el derecho a existir ¿Cómo podrían emprender con
seriedad y éxito una batalla contra ese bastión emblemático de ese “occidente” al cual
adherían entusiastas?. ¿ Que los llevó, sino la aventura y la desesperación
para paliar su desprestigio interno, a creer que los miembros de la OTAN,
fundamentalmente los norteamericanos, se mantendrían al margen de la
guerra, y que los británicos, en su papel de “tontos” que supuestamente
desguarnecían las islas usurpadas y prometían prescindir de sus
portaaviones, buques de desembarco y el “Endurance”, guardián de las
“Falkland”, jugaban a su favor en relación con su papel de redentores
territoriales?.
¿Cómo, cabe preguntarse, tal cual lo hicimos nosotros en aquel momento,
alejados de nuestro territorio, preocupados por la suerte de nuestros
hermanos que combatían en las Islas, unas Fuerzas Armadas burguesas,
estructuradas para “guerras sucias” en su afán de defender privilegios de aquellos asociados con británicos y
norteamericanos, entre otros, a lo largo de los años y aún en el mismo
momento del conflicto, podrían enfrentarse con éxito a una potencia
colonial cínica y arrogante, conducida en ese momento por una gaznápida
ultrarreaccionaria, vinculada a través de su marido con negocios petroleros
y armamentísticos, que necesitaba ganar una guerra para recomponer su
imagen casi derruida- luego de Malvinas logró ser reelegida -, reactivar el
complejo militar/industrial de su país- vinculado estrechamente con su par
norteamericano en el marco del aventurerismo belicista de Ronald Reagan- y
fortificar las Islas, luego de la derrota argentina, a fin de garantizar el
tránsito de los portaviones “occidentales” y los superpetroleros por el
paso mas austral del mundo entre el Atlántico y el Pacífico a la vez que controlar la
Antártida y sus recursos naturales y evitar la cada vez mayor influencia de la Unión Soviética,
según dictaminaban los analistas de inteligencia al servicio
de los usurpadores y sus socios, en el Atlántico Sur?
Amigos son los amigos
A pesar del esfuerzo de los combatientes argentinos, rasos y de carrera,
incluídos pilotos aéreos que hundieron naves británicas; a pesar de los
dislates propagandísticos, sacados de los manuales de Operaciones
Sicológicas, que los uniformados argentinos y sus intelectuales orgánicos
llevaron a cabo para confundir y alentar a un pueblo que, aunque sin armas,
- por cuanto el temor de la burguesía a la rebelión de las masas
contra los que las explotan pesa mucho mas que la guerra contra cualquier
“enemigo” externo al momento de decidir armarlas - apoyaba como
podía a sus soldados destacados en las soledades australes, la guerra se
perdió. Los amigos de los amigos apoyaron, como se suponía, a los suyos, y
no a los que oficiaban de sirvientes para combatir al “peligro rojo”. Los
norteamericanos, a través de sus satélites, informaron a los británicos
sobre los movimientos de la flota de mar argentina, lo que produjo, entre
otras cosas, el hundimiento del Crucero General Belgrano, y facilitaron el
aeropuerto de la isla Ascensión, arrendada a los británicos en 1956, para
que éstos reaprovisionaran sus aeronaves; los pinochetistas, perros
falderos de los británicos, también los apoyaron, lo que hizo que la ya en
1990 retirada de la arena política británica, y ahora “baronesa” Margaret
Tatcher, abogara por la libertad del tirano sanguinario trasandino cuando
fue detenido en Gran Bretaña por crímenes contra sus propios compatriotas y
otros llevados a cabo en el exterior; los franceses, quienes aún de mala gana
según fuentes, aunque dieron su apoyo a los ganadores, debieron cederle a
la Tatcher las fórmulas para destruir los misiles Exocet, que hacían
estragos entre los británicos, debido a que la arpía había prometido
utilizar el arma nuclear contra el Area Material Córdoba si no lo hacían;
los alemanes occidentales, que tampoco se quedaron atrás. En el volumen “El
Hombre Sin Rostro”, editado en 1997, donde Markus Wolff, ex jefe de la
Inteligencia Exterior de la República Democrática Alemana(RDA) cuenta sus
memorias, puede leerse: “…gran parte de ese material”( del espionaje que la
inteligencia de la República Federal Alemana llevaba a cabo contra sus
aliados)” provenía de una estación de escucha alemana cuyo seudónimo era
‘Eismeer’ (‘mar polar’) instalada entre Conil de la Frontera y Cadiz, sobre
la Costa Atlántica de España. La presencia de la estación de escucha se
remontaba a las relaciones estrechas de la Alemania nazi con la España de
Franco en la década de los treinta; la operación, cuyo nombre en código era
‘Delikatesee’ (‘manjar’) controlaba las líneas de comunicación de Europa a
Africa Occidental y de América del Norte y del Sur utilizadas por las
embajadas norteamericanas y las secciones de la CIA. (…) “Alemania
Occidental, por medio de su servicio secreto que tenía el conocimiento
técnico y agentes expertos en la tecnología del cifrado, teóricamente podía
descifrar las señales de radio de catorce naciones amigas. Mantenía una
estrecha relación con el servicio secreto turco y, durante la guerra de Las
Malvinas en 1982, fue el único servicio que pudo descifrar el movimiento de
mensajes radiales argentinos para beneficio de los británicos.” (páginas 171/172, Javier Vergara Editor)
( lo destacado en negrita es del autor de esta nota,).
A la hora de la verdad, los “reservistas morales” de occidente fueron
tratados como payasos, obviamente, “ de los dueños del circo”.
Las Naciones Unidas, en las que también confiaban las fuerzas argentinas
para desarrollar su “guerra justa”, tal como se había planteado en su seno
en varias oportunidades, quedó reducida a la nada cuando llegó la hora de
los bifes. El 3 de abril, un día después del desembarco argentino en
Malvinas, la ONU, a través de su Consejo de Seguridad, aprobó la resolución
502, que exigía a la Argentina que “se retirara de los territorios
ocupados”. Votaron a favor los “amigos del occidente cristiano” y otras
delicias: Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Jordania, Togo, Uganda,
Zaire, Guyana, Irlanda y Japón. En contra sólo se manifestó Panamá. Se
abstuvieron la URSS, China, Polonia y España. Solo Perú, desde un primer
momento, apoyó a las fuerzas beligerantes locales, inclusive con material
de guerra. Cuba también brindó su apoyo, y también Nicaragua, las
“dictaduras comunistas” que los uniformados argentinos se habían dedicado a
combatir por cuenta de sus Grandes Hermanos del mundo libre. El 14 de junio
las fuerzas argentinas se rindieron. A su regreso, los soldados que se
habían batido con un enemigo mucho más poderoso, volvieron sin pena ni
gloria. Nadie organizó grandes manifestaciones para recibirlos. Habían
perdido; el éxito, emblema añoso de la argentinidad de los “ganadores”, no
los había acompañado. Parias, los que regresaron debieron coserse los
costurones del alma a los ponchazos. Los que murieron, 650, sabrán, desde
algún lugar, a quien maldecir.
Y seguramente no perdonarán a los irresponsables, genocidas y traidores.
Las últimas estrofas de “El Fogón de los Sin Nada, El Alzamiento de los
Hijos de Fierro”, dedicadas a Malvinas, declaman. “Al fin, todo terminó/los
milicos se rindieron/ y los ingleses hicieron/ de las Islas su mansión/Solo
nos queda el baldón/ de los pobres que murieron”. “ Y por eso siempre digo/
que los que tienen batuta/ y les encajan la fruta/ mas amarga a los que
crecen:/ sean argentinos o ingleses/ son todos hijos de p…”.
Así sea.
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