“Jesús en el Huerto de los Olivos”

“Jesús en el Huerto de los Olivos” mejor alumno José María Salgado Gandolfi, Pepe. (hijo de Josefina Gandolfi de Salgado) Secuestrado a los 22 años, el 12 de marzo de 1977 y asesinado el 2 de junio de 1977. Del libro, “Círculo de amor sobre la muerte” de autora norteamericana NOS COSTÓ RECONOCERLO por Josefina Gandolfi de Salgado, su madre. Transcurridos casi dos meses de la noticia de la muerte de nuestro hijo, habíamos perdido las esperanzas de recuperar su cadáver, cuando recibimos la citación del comando del primer cuerpo. Allí fue de inmediato mi esposo y le dieron la autorización para retirarlo de la Morgue Judicial. El 3 de junio, todos los medios de comunicación habían propalado el comunicado de dicho comando de las fuerzas armadas, con el cual anunciaban su muerte en un enfrentamiento con las fuerzas de seguridad, en la calle Canalejas al 400, según ellos, en circunstancias en que fue interceptado el auto donde huía, junto con otros dos “subversivos”. Desde ese momento comenzó mi triste peregrinación a todos los lugares donde se pudieran reclamar sus restos. Personalmente, fui a los cuarteles de Palermo, comisarías, Casa de Gobierno y al Ministerio del Interior. De allí me derivaron a una oficina de la calle Moreno, donde había una impresionante cola de personas que se presentaban a hacer denuncias de desapariciones. Yo pedía por mi muerto. No quiero recordar las humillaciones que sufrí, y que, sinceramente no sé cómo pude soportar, con el agravante de los casi tres meses de angustia por su desaparición, el 12 de marzo de 1977. En el comando, ni me recibieron, ya que estaba prohibido cruzar la calle, para acercarse al centinela de guardia. En el Ministerio del Interior me preguntaron, irónicamente, si buscaba el cadáver de un terrorista. Finalmente, con la autorización del comando, fuimos a la Morgue. Allí nos leyeron el expediente 1331, y luego nos trajeron el ataúd. Era el 27 de julio. Pedí reconocerlo, mi marido no tuvo fuerzas para mirarlo. Sólo mi hija de dieciocho años y yo quisimos verlo. Nunca creí que hubiera en el mundo seres tan abyectos que pudieran reducir a un ser humano al estado en que dejaron a mi hijo. Tampoco me explico como dos mujeres pudimos seguir de pie mirando a ese pobre despojo, tapado con diarios, que había sido sádicamente destruído en vida. Nos costó reconocerlo. Creo que fue su cabello castaño, abundante y dócil, lo que nos dijo que era nuestro querido muchacho. Le faltaban ambos ojos, y tenía la boca abierta en un terrible gesto de dolor, mostrando una dentadura destrozada, ni recuerdo de sus dientes sanísimos, blancos, que mostraba hasta hacía poco tiempo la risa fácil y franca de mi hijo. Consumido, parecía que hubieran pasado no dos meses, sino años de privaciones, para convertir a ese muchacho de veintidós años, en ese cuerpo sufriente que estábamos viendo. Sin querer, al mirarlo, recordé las palabras aparentemente compasivas de una vecina que me decía, creyéndose la noticia del falso enfrentamiento: “¿Vio Josefina? Usted sufría desesperada, pensando que su hijo estaba secuestrado, y él estaba viviendo en la clandestinidad, sin preocuparse del dolor que le estaba causando...” ¡Cómo engañaron a casi todo el país! ¡Qué fácil fue hacernos pasar como locos a los que reclamábamos para que nos devolvieran a nuestros seres queridos! Nada quedaba del hijo sano, alegre, inteligente, que hacía pocos meses, se había casado y esperaba con impaciencia a su primer hijo. De la morgue fuimos directamente al cementerio de la Chacarita, donde pensábamos cremarlo, para traer sus cenizas a nuestra casa. Mi marido y mi hija subieron a nuestro auto, pero yo quise viajar con él y me senté junto al ataúd. A pesar de las tristes condiciones en que emprendimos el viaje, desde que partimos evoqué tantos momentos gratos de la vida de ese hijo que nos colmó de alegrías y satisfacciones desde que llegó al mundo, hacía veintidós años, el 17 de enero de 1955. Era nuestro tercer hijo, el tercer varón. A los cinco años, entró en la compañía de Scouts donde concurrían sus hermanos. Era el Lobato Pepe, siempre alegre, siempre dispuesto para cualquier tarea que le asignaran. El capellán, padre Aníbal Coerezza, me decía que era demasiado bueno, “Va a ser cura”, insistía. IRRADIABA SIMPATIA En el Instituto “Jesús en el Huerto de los Olivos”, donde cursó con sus hermanos, estudios primarios y secundarios, sólo escuché palabras de elogio no sólo de sus maestros y profesores, sino de los familiares de sus compañeros. Cuando terminó quinto año, recibió la medalla al mejor alumno. ¿Quién hubiera dicho que esa vida suya, tan rica en vivencias, iba a ser tan corta y que terminaría tan trágicamente? Se casó muy joven, a los veintiún años, con una compañera de estudios de la facultad de Ingeniería, y daba gusto verlos tan felices, luchando para poder vivir estudiando y trabajando. Contentos como dos criaturas, esperaban su primer hijo. Toda esa energía, ese vigor, esa pujanza, viajaban dentro de ese cajoncito que tenía a mi lado. Era un chico muy agradable, irradiaba simpatía. Tenía veintidós años y esa cara siempre de alegría, ojos oscuros.... cabellos castaños, medía un metro setenta y cinco y tenía un físico fornido pero delgado, había sido remero y le gustaba hacer deportes. El horror comenzó, exactamente el sábado 12 de marzo, cuando lo secuestraron, alrededor de las 16.30 en Lanús, cerca de su casa. Todo nuestro orgullo y nuestra felicidad que consistía en ver crecer a nuestros hijos, se desmoronó cuando sonó el teléfono y la voz de Pepe me dijo: “Estoy detenido en Coordinación Federal”. Tan ajenos estábamos de que pudiera ser detenido, a pesar de que sabíamos que habían desaparecido hijos de conocidos, vecinos amigos, que le pedí por favor que no me hiciera esa broma de mal gusto. Para corroborar la noticia, oí una voz netamente autoritaria que insistía en que no era ninguna broma y que mi hijo estaba detenido y acusado de subversivo. Pronto se cumplirán diez años de ese momento, pero por mucho tiempo quedé tan quebrada, que al atender el teléfono, creía volver a escuchar esa voz. Creo que mi vida se detuvo en ese instante, y no sé si fue por sadismo u obedeciendo a alguna sucia treta del cuartel, que mi interlocutor le dio nuevamente el teléfono a mi hijo que, ya con otra voz, me dijo: “Mamá, ¡ayudame, por favor! Y añadió antes de que cortaran: ¡Si supieras cómo estoy!” Perdón, hijo mío, no te pudimos ayudar. Hicimos lo imposible para tratar de localizarte, desde el momento en que nos llamaste, y así empezó nuestro calvario. La parte legal, la búsqueda la tomó en sus manos mi esposo, que era abogado. Yo gasté todas las veredas, y toqué todos los timbres, donde sospechara que hubiera alguien que me diera una mano para localizarlo. El primero en ser consultado fue el general Viola, compañero de armas y promoción de un cuñado mío, el general Salgado. Mi suegro descartó que, con la gran amistad que los unía desde hacía muchos años, se ocuparía de averiguar su paradero. Se equivocó. Viola nunca contestó su pedido. Yo me encargué de entrevistar a sacerdotes, obispos, y me llevé el desencanto más grande de mi vida. Tengo una gran fe en Dios, que les inculqué a mis hijos (tres varones y dos chicas), y los crié en el seno de la Iglesia Católica. Tanto mi esposo como yo estuvimos entregados a su servicio, yo con mi música, tocando el órgano, durante muchos años. Tenía que haber grabado la conversación que mantuve con monseñor Antonio Aguirre, obispo de la diócesis de San Isidro, a la que nosotros pertenecíamos. Salí del arzobispado descompuesta. Creo que en el paroxismo De la Inquisición no se hubiera encontrado un inquisidor tan duro y tan insensible. Sólo deseo que Dios tenga clemencia de él. Nos refugiamos asistiendo a misa en una iglesia que nos quedaba algo lejos, en Acassuso, pues allí encontramos el apoyo y el calor de la amistad de un sacerdote que conocía a nuestros hijos desde chiquitos, y lloró junto a nosotros la pena que nos angustiaba. Era el padre Agustín. Así llegamos, en este torbellino de recuerdos, a la Dirección de Cementerios, a solicitar autorización para cremarlo. Nos esperaba una sorpresa: como figuraba muerto en un enfrentamiento, necesitábamos la conformidad del comando del primer cuerpo, así que nos aconsejaron que lo inhumáramos en tierra, o en un nicho. Volvimos con nuestra querida carga a la funeraria, para cambiarlo de féretro. Cuando lo hicieron, pedí que me dejaran ponerle un rosario entre sus manos. Recién allí me di cuenta del estado atroz en que estaban sus brazos y sus manos cubiertas de manchas circulares pardas, que luego supe eran cicatrices de quemaduras de picana eléctrica. Las manos estaban casi seccionadas a la altura de la muñeca, pues el surco que las rodeaba, llegaba hasta el hueso. Supongo que estaría maniatado durante todo su cautiverio. Quise mirar todo el resto del cuerpo, pero no me dejaron. Nuevamente al coche, y camino a la Chacarita, pero ahora con el agravante de que con la visión horrenda del estado de José María, creía que estaba trastornada. Recordé entonces lo abatida que estaba el día de San José, el 19 de marzo. Hacía justo una semana que lo habían detenido, y vivíamos además la incertidumbre por la suerte que había corrido su esposa embarazada. Por la noche, golpearon a nuestra puerta, y me resistía a creerlo: era ella... la trajo un pariente a casa. Estaba a salvo. ¡Qué fortaleza la de mi nuera!. Es cierto que pasaba por momentos de abatimiento, plenamente justificados, pero su serenidad nos alentaba, y nos daba fuerzas para seguir viviendo. Preparábamos el ajuar para el chiquito con tanta ilusión, y tanta alegría, que nadie podía suponer que cada una, por su lado, llevaba una pena tan grande en el corazón. Nos avisaron que habían saqueado su casa. Allí fuimos, para encontrarnos con un espectáculo desolador. La habían arrasado. No quedaban muebles, ni vajilla, ni ropa, ni enseres domésticos, ni la camioneta, ni nada. ¿Te acordás, Pepe, cuando el domingo anterior a tu secuestro, ustedes salían de casa, por la noche, con la camioneta llena hasta el techo de cosas que fuimos preparando para la casita, las cortinas para todas las ventanas, cosidas por nosotras, la ropa de cama? La piecita del nene era una sorpresa. No quisiste contarnos de qué color la iban a empapelar. Después del saqueo, lo vimos: lo habían arrancado, y los jirones estaban amontonados en el piso. Después supimos que cuando terminaron de empapelar la habitación, estaban muy cansados y salieron a dar una vuelta. No volviste más. En ese clima se acercaba la fecha del alumbramiento. Era muy espiritual. Amaba la música ejecutando muy bien el piano y cantando. Era muy alegre. Al igual que su ídolo, el CHE, no vivió muchos años, el 12 de Marzo de 1977 cuando Tenía 22 años, fue secuestrado y torturado sádicamente, como revelaba el cadáver que nos entregaron en la Morgue Judicial. Es muy largo para contar, pero el 2 de Junio de ese mismo Año, en el patio del edificio central de la Policía Federal, un comisario le disparó su arma, y terminó de penar. ¡ Como Jesús, como el CHE, no lo mataron: el eligió morir: dio su vida por amor ! No pudo conocer a ese hijo que tan ansioso esperaba, que nació el 20 de Junio de 1977 y se llama Matías José. Lo bautizó el Padre Agustín Giulianni, un gran amigo suyo, en una iglesia de Acassuso. Terminó la ceremonia levantando al niño, ya cristiano, y dijo emocionado: “su padre no lo pudo conocer”. Así llegó el día 3 de junio, y con él, la noticia de la muerte de mi hijo en un enfrentamiento. Haciendo gala de la más refinada hipocresía, con una calumnia quisieron ocultar el horror del secuestro, de la tortura, del saqueo, de la muerte. El 20 de junio, el día de la bandera, nació el bebito... un varoncito. Fue una alegría porque teníamos un pedazo, algo que nos había dejado ese hijo. Parecía que él sabía, que él tenía que casarse... que la vida de él iba a ser corta... no sé que decir... nos quiso dejar ese regalo. Y tuvimos esa pena inmensa de pensar que hacía unos días antes del secuestro, me decía: “Ay mamá, ¿por qué tienen que tardar tanto los bebés en llegar? ¡Cuánto deseo verlo...! Y eso me lo decía una semana antes del secuestro. Nunca vió a su hijo... Y tras el dolor, y la impotencia de gritar ¡Mentira!, la bajeza de las amenazas. Voces anónimas nos anunciaban, por teléfono, la muerte para toda la familia. Esa era otra parte de su plan: aterrorizarnos. LA DECISIÓN DE QUEDARNOS Por precaución, mi nuera se fue. Era un riesgo muy grande vivir en casa. Querían que nos fuéramos todos. Las amenazas, los consejos bien intencionados de algunos amigos o parientes, eran parte de un siniestro plan. Mi esposo escuchaba a diario, como yo, esos “cantos de sirena” y estaba a punto de aflojar. A mí no me engañaron. Mi actitud fue firme. Fue muy difícil tomar la decisión de quedarnos, pero la tomamos. Esto les hizo fracasar el próximo paso de su plan. Nuestra deserción hubiera sido aceptar tácitamente, la culpabilidad de nuestro hijo, y nosotros la rechazamos de plano. Llegamos a tu última morada. Seis personas integrábamos el cortejo que te acompañaba. Seis manos temblorosas alcanzaban para llevar ese féretro que pesaba tan poquito. Sin lágrimas, sin quejas. El dolor era demasiado grande. Dentro de pocos días se cumplirán diez años de ese momento. Diez años en que han pasado tantas cosas. Caí en la depresión. Vimos alejarse amigos, parientes, vecinos, compañeros de trabajo. También vimos llegar con su apretón de manos, su palabra de consuelo, a quienes nunca nos hubiéramos imaginado. Un día, desesperada, escribí al obispo De Nevares, y le conté nuestro drama. Me devolvió la paz y la esperanza perdidas. Me aconsejó que buscara a mi alrededor a quienes estaban más necesitados de consuelo. Así lo hice. Me uní a las Madres de Plaza de Mayo. Conocí a un matrimonio vecino, a quienes nunca había visto. Me acerqué a ellos porque me enteré que les habían arrebatado a su único hijo. El señor era discapacitado. Quise llevarles una palabra de consuelo, y al poco tiempo me di cuenta de que él, don Arturo, aún sin sus piernas, y con el corazón destrozado, iba a ser mi puntal, el que me sostendría. Sigo luchando como el primer día después de su secuestro. Más cansada, más vieja. Ahora estoy sola. Mi marido cayó herido, hace unos meses, por una terrible enfermedad que lo consumió cruelmente, hasta matarlo. Cayó herido de muerte el día en que se dio cuenta de que todas las armas que la ley había puesto en sus manos de abogado, no servían para recuperar a su hijo. Me enteré que José María estuvo detenido en clandestinidad en la ESMA, que allí fue torturado por la “ Valiente muchachada de la Armada ”... “los de corazón viril y audaz...” sobre todo cuando se trata de maltratar a mujeres indefensas, y de quedarse con los niños que sus madres parían engrilladas... Me enteré que de allí lo derivaron a Coordinación Federal, donde un ilustre comisario lo asesinó. Lástima que no se conozca su nombre, para que la historia lo recuerde, y le rinda los honores correspondientes. ¡Esta es la breve y fecunda vida de Pepe! Fui testigo de una parodia de juicio, donde no hubo suficientes pruebas para condenar a los genocidas. No importa. Seguiré luchando, pese a todos los puntos finales, porque no puede haber punto final para una madre que quiere saber la verdad acerca de la muerte de un hijo de veintidós años. QUIERO JUSTICIA. Carapachay, Enero 2010. Amigos: el 27 de este mes, cumpliría 52 años José María Salgado. Nació el 27 de Enero de 1955. Tercer hijo varón de Jorge y Josefina G. de Salgado. Desde muy chico se manifestó precoz naciendo un mes antes de la fecha. Parecía que estaba apurado por vivir. Creció normalmente, jugaba, tenía muchos amigos con los que todo compartía. Según sus maestros y profesores, era muy inteligente, sumamente rápido para el razonamiento. Asesoraba a los que lo rodeaban, pero tenía un corazón generoso, ayudaba a sus compañeros. Terminó el bachillerato con medalla de oro, e hizo un viaje de egresado nada convencional, con un compañero celador: Alberto Romanelli. Al igual que el CHE Guevara recorrieron todo El país, como mochileros, durmiendo en escuelas, iglesias ó precarios refugios, viviendo la triste realidad de las carencias del interior. Sus ideas chocaban con el entorno familiar – social. No nos dábamos cuenta. Se estaba gestando un revolucionario. Este no es un lamento, es un canto a la humanidad. Pensar que aún quedan seres capaces de dar lo más valioso que poseen: “ su vida ” , para ayudar a los más desamparados de este egoísta sociedad humana. Josefina Salgado difunden: 1er. Museo Histórico Suramericano " Ernesto Che Guevara " la Escuela de Solidaridad con Cuba " Chaubloqueo " y el Centro de Registro de Donantes Voluntarios de Células Madre - Irene Perpiñal y Eladio González - directores calle Rojas 129 local Capital - AAC 1405 - Buenos Aires - República Argentina telefax: 4- 903- 3285 Caballito

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