" RIQUEZA SOCIAL", LA ILUSION DEL TRABAJO

Por Carlos Gabetta "Si no estudiás, no vas a conseguir trabajo", decían los padres a sus hijos hasta hace unas décadas. Ahora, tal como va el mundo, parece que da un poco lo mismo: millones de diplomados no encuentran empleo. El proceso de informatización, la robótica, la explosión de las comunicaciones y otros prodigiosos adelantos científicos y tecnológicos, han dado un golpe brutal a la idea, hasta ahora tenida por axiomática, de que aumentando la producción se amplía la demanda de trabajo y, en consecuencia, disminuye la pobreza. El ciclo de desarrollo sostenido, acompañado de demanda de empleos, se ha detenido de golpe, como ese instante mágico en que un boxeador imbatible dobla de pronto las rodillas y cae. Todo parece quedar suspendido; las luces, los gritos, el agitado bailoteo, y sólo se oye el tictac de un reloj: ¿se levantará el campeón?; ¿volverá a girar la máquina de este espectáculo? Tal como está planteada, la pelea del trabajo no podrá ganarse. Aunque las explicaciones que se avanzan sobre el problema suelen ser complejas, su meollo es simple: desde hace cuatro décadas, los desarrollos tecnológicos y científicos aseguran aumentos de producción y productividad con simultánea disminución de la necesidad de mano de obra humana. Un ejemplo, entre miles: en 1985, 39.200 obreros belgas producían 10,6 millones de toneladas de acero. En 1990, sólo un lustro después, tan sólo se necesitaban 21.200 trabajadores para producir 11,5 millones de toneladas: 8,5% de producción extra con el 46% de trabajadores menos. El proceso no ha hecho más que acelerarse desde entonces en todos los sectores de la producción (agropecuaria, industria, servicios), agravado por el constante aumento de la población mundial y del promedio de vida. El último ejemplo conocido es espeluznante, podría decirse que de ciencia-ficción: "Foxconn, principal fabricante de los productos Apple, acaba de anunciar el reemplazo de miles de trabajadores por un batallón de un millón de robots a ser adquiridos en tres años en procura de disminución de costos laborales, teniendo en cuenta que en la actualidad emplea más de 1,2 millones de trabajadores" (1). Cuando este cambio radical se hizo evidente, a principios de los '70 del siglo pasado, la idea era que los puestos perdidos en la producción agropecuaria e industrial se recuperarían con creces en el sector servicios; del mismo modo que en los siglos XVIII y XIX los que se perdieron en el primero se ganaron, con creces, en el segundo. Nadie explicaba por qué, habiendo cambiado las condiciones, el proceso se reiteraría, pero casi todo el mundo lo creía. Pero ahora basta asomarse a cualquier rama del sector servicios; verificar el número de empleados en los bancos; preguntar por el vendedor de billetes o el inspector en el transporte colectivo, por los empleados de una agencia de turismo o en un restaurante u hotel para comprobar que no ha sido así; al contrario. Máquinas y sistemas de vigilancia y alarma reemplazan a los esperados trabajadores en el sector. Ya están en período de prueba, por cierto exitosa, restaurantes y hoteles completamente automatizados y aviones que despegan, vuelan y aterrizan sin tripulación. Cada supermercado o shopping que se abre lleva a la ruina en poco tiempo a centenares de pequeños comercios, pero sólo absorbe unas decenas de los centenares o miles de puestos de trabajo perdidos. Todas las ciudades han crecido, pero el número de recolectores de basura es comparativamente mucho menor que hace unas décadas. Estimulado por esta menor dependencia del factor trabajo, el capitalismo mundial se ha lanzado a un dinámico proceso de concentración que pone al alcance de los consumidores una mayor oferta de productos y servicios mediante empresas más eficaces; es decir, que producen más y mejor empleando menos gente. El deterioro del salario y las condiciones laborales de los que aún conservan su trabajo, debido a la presión que ejerce el número cada vez mayor de desempleados, es un fenómeno concomitante, que acentúa el problema. La "globalización" tiene otro nombre en términos de trabajo: deslocalización (outsoursing, en inglés), que consiste en separar los lugares de producción de los de consumo; fabricar allí donde el salario es menos caro y hay menos obligaciones (fiscales, ecológicas y otras) y vender donde existe poder de compra. Así, aprovechando las computadoras y los satélites, la compañía aérea Swissair "deslocalizó", hace ya dos décadas, su departamento de contabilidad desde Zurich hacia la India, donde paga a sus contables salarios diez veces menores. El economista Lester Thurow se preguntaba hace una década por qué clase de milagro los empresarios alemanes deberían continuar pagando a sus obreros 30,33 dólares la hora cuando en la vecina Polonia encuentran el mismo nivel de calificación a 5,28 dólares; por qué pagarle 75.000 dólares al año a un doctor en física estadounidense si se puede emplear un Premio Nobel ruso por 100 dólares al mes... Una visión ingenua de esta evolución, sostenida por la mayoría de los políticos y economistas de países subdesarrollados, es la de la "ventajas comparativas" laborales. Es decir: los polacos están encantados con que vengan los alemanes a contratarlos a 5,28 dólares la hora, porque de otro modo no tendrían trabajo. Pero se trata de una verdad a medias: algunos trabajadores se benefician, pero la instalación de una empresa de alta tecnología en una organización productiva nacional atrasada, no competitiva, sin defensas ni planes de mediano y largo plazo, genera a la larga más daños que beneficios desde el punto de vista del trabajo y el tejido social. Además, siempre aparecerá mano de obra más barata en alguna parte. En 1994, los trabajadores de la Seat (Fiat-Volkswagen) de Barcelona lograron impedir, aunque al precio de importantes concesiones, que la fábrica se llevara los bártulos a Checoslovaquia. Pocos años antes habían estado "encantados" de que vinieran a contratarlos por cuatro veces menos que el salario de un alemán. Pero se trata de una carrera a pura pérdida, de una zanahoria inalcanzable. En México, las "maquilas" (empresas textiles estadounidenses instaladas en la frontera) empleaban en 2004 a 1.062.000 trabajadores, 250.000 menos que tres años antes, ya que las empresas estadounidenses habían comenzado a "deslocalizar" hacia China u otros países de América Central (2). Pero China, el gigante emergente de la economía mundial, tampoco escapa a la regla: "entre 1995 y 2002, China perdió más de 15 millones de puestos de trabajo en fábricas, el 15% de su población activa en manufacturas" (4). ¿No es notable que las multinacionales reclamen más y más flexibilización laboral en países como Argentina, cuando nuestras "ventajas comparativas" laborales respecto a los Estados Unidos y Europa son evidentes? Lo que ocurre es que no lo son respecto a Brasil, y menos aún a Bolivia y Paraguay. "Miren que nos vamos a otra parte...", dicen. Y el salario debe bajar, la protección social desaparecer. Por eso los sindicatos y consumidores estadounidenses se oponen al mercado común americano: entienden que las empresas latinoamericanas deben competir en pie de igualdad salarial y cumplir las mismas regulaciones ecológicas y sociales. "El objetivo de la economía no es proporcionar trabajo, crear empleo. Su finalidad reside en poner en funcionamiento, de la forma más eficaz posible, los factores de producción; es decir, crear el máximo de riqueza con el mínimo de recursos naturales, capital y trabajo. El mundo industrializado realiza cada vez mejor esta tarea. Durante los años 80, la economía francesa aumentó en un 30% su producción de riqueza, mientras disminuyó en un 12% la cantidad de trabajo que se requería para ello", apunta André Gorz, uno de los grandes especialistas en el tema y autor, entre otros, de "Métamorphoses du Travail" (3). Gorz señala la urgencia de un profundo cambio cultural en relación al trabajo: "(...) en vez de preguntarse qué hacer para que en el futuro todo el mundo pueda trabajar mucho menos y mucho mejor y recibir su parte de la riqueza producida socialmente, la inmensa mayoría de los dirigentes se preguntan qué hacer para que el sistema consuma más trabajo...". Una meta definitivamente imposible, ya que si no se empieza a concebir la mayor productividad como "trabajo economizado"; o sea, la producción de riqueza como social antes que privada, el problema del empleo seguirá agravándose, con la desagregación social y cultural consiguiente. Bernard Perret y Guy Roustang, subrayan que "la percepción de la necesidad del trabajo, que es siempre -al menos simbólicamente- participación en la lucha colectiva por la vida, sigue siendo el principio de realidad que estructura las personalidades, que justifica las obligaciones respecto al propio futuro, a la familia y a la sociedad" (5). Es que la exclusión duradera, incluso definitiva, de un número creciente de individuos del mundo del trabajo, no es sólo una patología social de amplio espectro con efectos económicos y culturales devastadores (aumento de la toxicomanía y de la criminalidad, trastornos mentales, suicidios, marginalización de la juventud, racismo); equivale también a una verdadera privación de ciudadanía, a una ruptura del contrato republicano. A principios de este proceso, cuando el fenómeno afectaba tan sólo a una pequeña minoría y era percibido como temporal, podía ser digerido por el sistema. Transformado en masivo y afectando a todas las edades y sectores, supone el desgarro del tejido social. En el mediano plazo, el agravamiento de los conflictos nacionales y mundiales con máscara religiosa, étnica o nacionalista. Esta visión ha comenzado a prender entre economistas, sindicalistas, empresarios y algunos políticos. Gente como John K. Galbraight, Noam Chomsky, Thurow y la multitud de europeos que lleva años predicando, empieza a encontrar la insólita compañía de personajes como George Soros, Alexandre Solzhenitsin y Stefano Zamagni, consultor económico del Vaticano. Ocurre que desde hace al menos tres décadas, ninguna política ha conseguido hasta ahora frenar la constante destrucción o el deterioro de puestos de trabajo. Las inversiones productivas continuarán orientándose, como es lógico, hacia una mayor automatización, y por lo tanto la tendencia seguirá agravándose. Es lo que se ha hecho, a velocidad creciente, en los últimos años. Fuga hacia adelante capitalista En la película "El submarino amarillo", aparece un personaje de las profundidades del mar que va devorando todo lo que existe a su alrededor; peces, plantas, hipocampos, algas, moluscos, piedras, hasta que por último, ya solo en la inmensidad, abre enorme su boca y se traga a sí mismo. Con esa metáfora, los guionistas de la película de los Beatles ilustraban su pesimismo sobre el hombre y la deriva de su modo de producción y reparto, el capitalismo. El fenómeno mundial de concentración de empresas, que destruye empleos y redes sociales, limita la acción de los Estados, agota la naturaleza y amenaza a la democracia, empezó con timidez a principios de los '70, pero hoy es el motor principal de acumulación de capitales, a un ritmo nunca antes conocido. Sería demasiado extenso detallarlo aquí. Baste decir que el capital transnacional pasó de representar el 17% del Producto Bruto mundial en los años '60, al 24% en 1982 y más del 30% en 1995. Según la revista "Fortune", 200 megaempresas controlaban en 1996 el 31,2% del comercio mundial. Entre 1986 y 1996, las compras, fusiones y reagrupamientos de empresas se multiplicaron a un ritmo del 15% anual. En el año 2.000, el costo acumulado de las fusiones mundiales representaba ya ¡un 25% más que el PBI de los Estados Unidos! Un par de ejemplos: la fusión aeronáutica de Boeing con MacDonnell Douglas (14.000 millones de dólares) y, en 1996, la de los laboratorios Sandoz y Ciba-Geigy -devenidos Novartis- una megaoperación que sólo en honorarios legales reportó a Morgan Stanley y a la Unión de Bancos Suizos 95 millones de dólares. ¿Cual es la lógica de este proceso? Porque la tiene y, en términos de estricta rentabilidad y eficiencia capitalista, es excelente. La absorción o fusión de empresas genera de inmediato notables beneficios. En primer lugar, capitalización: la de Novartis pasó de 63 a 82 mil millones de dólares apenas producida la fusión, para alegría del puñado de accionistas. Esas empresas racionalizan de inmediato sus departamentos de investigación, producción, comercialización, administración, publicidad, transportes. Disminuyen sus costos y aumentan sus beneficios. ¿Y cuales son sus resultados, en términos sociales y políticos? El primero, fulgurante como un infarto, la pérdida de empleos. La fusión Boeing-McDonnell y otras del sector defensa, que redujeron el número de empresas de 32 a 9, provocaron la pérdida de más de un millón de empleos en Estados Unidos. Más recientemente, durante la crisis financiera mundial desencadenada en 2007, el Tesoro de Estados Unidos (en realidad sus ciudadanos, mediante impuestos), salvó de la quiebra a la mayor empresa automotriz del mundo, General Motors, mediante una "inyección" de 50.000 millones de dólares. Claro que la empresa debió "racionalizarse", para lo cual, entre otras medidas, despidió a 25.000 trabajadores de sus diversas filiales en el mundo. Todo este proceso está alentado por los bancos y la especulación internacional, que obtiene grandes beneficios de corto plazo. La revistas de negocios estadounidense "Fortune" señaló que la deuda mundial (incluyendo la de los gobiernos, las empresas y los particulares), representa el 130% del PB del planeta y progresa aun ritmo entre el 6 y el 8% anual, cuatro veces más que el crecimiento del PB. Sólo la de Estados Unidos pasó de 910 mil millones en 1980 a 4.970 mil millones en 1995. A mediados de 2011 se encontraba en 14,4 billones (millones de millones), el 140% del PBI de ese país. Frédéric Clairmont, economista y autor de varias obras sobre este fenómeno, sostiene que "en este periodo marcado por la deflación y disminución del crecimiento (mundial), el subempleo y el endeudamiento, las sociedades transnacionales no tienen casi otros medios para expandirse que absorber a la competencia para conquistar nuevos mercados". Dicho de otro modo: el capitalismo está actuando como el personajito de "El submarino amarillo". No aprovecha su enorme potencialidad productiva para acercar los beneficios del progreso a los miles de millones de desamparados del planeta; no come lo que necesita y cuida de la reproducción, porque eso requiere inversión de largo plazo y reduce los beneficios inmediatos. Simplemente, devora lo que tiene alrededor. Sus consignas son simples: "desregulación", lo que quiere decir que producirá allí donde no haya protección del medio ambiente, salarios más bajos y menor cobertura social y "libre comercio mundial", lo que significa que venderá sin trabas allí donde haya mercados solventes. Como estos están saturados, a las empresas no les queda más remedio que eliminar o absorber a otras empresas para quedarse con su parte. Puesto que esta "racionalización" elimina empleos, los mercados solventes se achican; pero como la producción es cada vez mayor gracias al desarrollo científico y tecnológico, serían necesarios mercados más grandes y con mayor solvencia... ¿Lo ven al personajito de "El submarino amarillo", obligado a correr de aquí para allá, comiéndose todo lo que encuentra? "No, no es verdad que la lucha contra el desempleo sea, como se nos dice, la prioridad de la política de los países desarrollados, aunque tengan ya más de 36 millones de desocupados (...) la preocupación por el empleo está relegada por la defensa de la moneda, la reducción del déficit público, el productivismo o la promoción del libre intercambio". Esta frase no fue lanzada por un izquierdista, sino por Philippe Seguin, gaullista prominente y presidente de la Asamblea Nacional francesa en 1993. Seguin precisaba las razones que lo llevaron a pronunciarse por el "no" al Tratado de Maastricht en ocasión del referéndum sobre el tema. "El desempleo ha alcanzado una dimensión tal, que plantea nada más y nada menos que la capacidad de sobrevivir del cuerpo social (...) debemos abocarnos urgentemente a un cambio completo de valores y decisiones fundamentales (...) vivimos, desde hace demasiado tiempo, un verdadero Munich social (...) la ceguera sobre la naturaleza del peligro, la ausencia de lucidez y de coraje (...) el embarazoso silencio, la educada indiferencia de la que todos hacemos hoy gala hacia las generaciones de marginados que concienzudamente fabrican nuestras sociedades, no es de naturaleza diferente a la cobardía de las democracias en los años 30 ante las ambiciones territoriales del régimen nazi", concluye. ¿Exageraba acaso Seguin? A pesar de cierta recuperación económica, el número de desempleados en la Unión Europea pasó de 17 millones entonces a 20 millones en 1996; en el conjunto de los 20 países miembros de la OCDE, los 36 millones se convirtieron en 41. Hoy puede que supere los 80 millones. "Puede", porque las cifras están disimuladas por una serie de argucias. En 2011, el desempleo oficial en Estados Unidos orillaba el 10% de la población económicamente activa, pero ya en 2010 Dennis Lockhart, presidente de la Reserva Federal de Atlanta declaró que si se considerara a las personas que abandonaron toda pretensión de encontrar empleo, la cifra rondaría el 17%; más de 20 millones de ciudadanos. En España, el último "milagro" europeo, el desempleo oficial es del 21%, más de uno de cada cinco ciudadanos. Los miles de jóvenes y no tan jóvenes "indignados" que en mayo de 2011 salieron a protestar contra "el sistema" en la Puerta del Sol de Madrid y en numerosas ciudades de España, junto a los millones de jóvenes árabes (el 65% de la población de estos países tiene menos de 30 años) eran, al escribirse este artículo, la última de las masivas protestas que esta situación genera. Es por eso que el sombrío pronóstico político de Seguin no parece exagerado. Hay quienes reflexionan abiertamente sobre si la democracia es o no un buen sistema para garantizar el crecimiento, y no son sólo académicos de derecha. En un largo, sinuoso y excelente artículo de 1993, titulado sin ambages "¿Es mala la democracia para el crecimiento?", la revista "Business Week" verificaba que "la India ha languidecido en democracia, mientras Chile y Corea del Sur, ambas bajo dictaduras hasta hace muy poco, han tenido éxito. Hoy, el capitalismo prospera sin democracia, tal como lo demuestra el rápido crecimiento propiciado por los líderes comunistas chinos". Luego de criticar a los "autócratas" del pasado, que "sólo actuaban en su propio interés", la revista estima que "(...) hoy perviven algunos de esos dictadores. Pero en los años recientes ha emergido un nuevo modelo: un autócrata deseoso de liberalidad en el corto plazo, para impulsar el crecimiento y futuras ganancias". "Business Week" matiza con la "evidencia" histórica de que el crecimiento económico genera tales pujos de libertad en los pueblos que inevitablemente concluyen en democracia y, naturalmente, acaba afirmando que los países desarrollados -muy en particular Estados Unidos- no necesitan dictadores, sino sólo minimalización del Estado, descentralización, desregulación y libre comercio. Pero la derechización del electorado en sociedades tan insospechadas como la islandesa, danesa y holandesa, por no hablar de la francesa, española y la estadounidense, desmienten el interesado optimismo de la revista de negocios. En mayo de 2011, la derecha franquista arrasó a los socialistas en las elecciones comarcales españolas y Marine Le Pen, dirigente del xenófobo, racista y antisemita Frente Nacional, se encontraba al frente de las intenciones de voto en las elecciones presidenciales de Francia. Seguin y "Business Week" representan los dos extremos de una oposición latente, que debería convertirse en debate abierto: los intereses de los Estados y las sociedades no coinciden con los de las compañías y el gran capital internacional. Porque en definitiva, ¿qué es lo que amenaza el empleo y el vigor económico de los países desarrollados? Por un lado, la desenfrenada puja por la competitividad y el aumento y concentración del beneficio, que apoyada en el desarrollo tecnológico, acaba creando no sólo paro, sino una verdadera crisis mundial de demanda. Por otro, la competencia de productos elaborados masivamente en países con bajísimo costo de mano de obra y pésimas o nulas condiciones sociales. Así se entiende que el neoliberalismo puje por la desregulación mundial absoluta y prescinda, si es necesario, de la democracia. El capital especulativo y las empresas multinacionales han conseguido un poder de presión inmenso sobre los Estados, en la medida en que esgrimen sobre las economías nacionales la amenaza de la deslocalización y la fuga de divisas. El capitalismo en cuestión Los crecientes conflictos entre trabajadores y patronal, entre las sociedades -sobre todo los jóvenes- y "el sistema" en el mundo entero prefiguran las luchas y las transformaciones sociales y políticas del porvenir. Iguales por sus causas y distintos en sus manifestaciones, ya que se dan en marcos política, social e históricamente diferentes, todos los conflictos de este tipo expresan la impotencia económica, estrutural, del sistema capitalista mundial por salir de su propia crisis por sus propios medios y según su propia lógica. En otras palabras, si el sistema de producción y distribución de bienes, el capitalismo, no renuncia o es obligado a renunciar a sus principios y modos de apropiación del beneficio, los conflictos como éste y muchos otros de distinto tipo continuarán, se ampliarán y agudizarán hasta tornarse inmanejables e insoportables para la vida en general. La continuidad del repliegue capitalista hacia sus núcleos más concentrados y hacia la especulación desenfrenada continuará amenazando la paz mundial, agravando los conflictos sociales y, en último término, deteriorando su expresión política, la democracia capitalista. Esto último no necesaria ni inevitablemente para bien de la humanidad, ya que las alternativas superadoras siguen estando, por ahora y en el mejor de los casos, en el limbo de la teoría. En la presente etapa de desarrollo capitalista, cualquier aumento de la producción y productividad destruye puestos de trabajo. Los bienes, producidos en mayor cantidad y más rápidamente, se ofrecen en un mercado cada vez menor en términos de poder adquisitivo, a causa del desempleo y a la caída de la participación de los trabajadores activos en el ingreso. Esto último porque ante la menor participacion del trabajo en la composición del capital y un mercado saturado de bienes, la tasa de ganancia del capital tiende a disminuir, lo que lleva a las empresas a intentar achicar costos en proveedores, controles, servicios, etc. y en particular en el salario. La deriva del capital en su conjunto desde la producción a la especulación es la otra cara de este fenómeno. El recurso de mantener o aumentar la tasa de ganancia achicando costos se ve facilitado, al menos en el corto plazo, justamente por la causa del deterioro de la tasa: la mayor y mejor capacidad capitalista de producir bienes con menor trabajo humano. Y por su consecuencia: un mercado de trabajadores inactivos prestos a aceptar salarios y condiciones inferiores. Así, y a pesar de algunos éxitos parciales, al final de su recorrido el proceso no hace más que achicar la demanda relativa global. En esta etapa de su evolución, el capitalismo sólo crea mercados efímeros, porque su tendencia objetiva es achicarlos. Desde el fracaso socialista en la Unión Soviética, esta lógica interna del capitalismo se expandió hasta alcanzar vigencia planetaria. El otro gran ensayo comunista, China, es hoy un totalitarismo capitalista más, protagonista del entramado del sistema en su condición de principal titular de bonos de Estado de Estados Unidos, su primer cliente comercial. La razón por la que el sistema capitalista no logra salir de esta crisis no es entonces la incompetencia de los capitalistas. Uno podría preguntarse en efecto por qué razón la clase social que tiene el poder y el saber en el mundo no atina con una salida perdurable de esta situación de perro que intenta mordese la cola. Ocurre que se trata de un fenómeno histórico, objetivo, que opera en la lógica interna del sistema y anuncia un fin de época. El capitalismo debe cambiar, mutar en su esencia. Quién o quiénes lo hagan, cómo lo hagan, en cuánto tiempo, con qué consecuencias, son los interrogantes que responderá la historia futura. Hacia dónde acabará mutando el sistema -una mayor destrucción, o un salto cualitativo; ambas posibilidades están abiertas- constituye el actual desafío histórico de la humanidad. Las luchas y dramas sociales de la hora expresan una situación insoportable y se manifiestan en formas distintas, pero todas apuntan a resolver esas cuestiones. No obstante, se está lejos de una toma general de conciencia; más aún de alternativas de interés general. Por ahora, y por todas partes, solo se observan desesperación, encono, polarización. También el despunte de nuevas organizaciones sociales, de nuevas propuestas políticas. De diversas formas de expresión de sectores de clase "nuevos" -desocupados, marginales, inmigrantes, tribus juveniles, el crimen organizado, sectas religiosas- que buscan su lugar en esta nueva etapa de la lucha de clases. Hace cuatro décadas, cuando explotó el desarrollo tecnológico y científico aplicado a la producción capitalista, su primer efecto fue un progresivo debilitamiento del empleo, la afiliación y la actividad sindical y un gran fervor financiero. En los países desarrollados, los trabajadores que quedaban en la calle seguían cobrando parte de su salario y aportes por un par de años, se acogían a planes de reciclaje y esperaban un nuevo empleo. Los trabajadores en activo recibían todo tipo de ofertas de crédito. De este modo los efectos en el consumo apenas se notaban, o éste se disparaba, como en Estados Unidos. En los países subdesarrollados se empezaba a recibir el "beneficio" de las deslocalizaciones. Los mercados se ampliaban por el doble efecto de los salarios, los préstamos del FMI y el flujo de la especulación financiera internacional. El mundo del trabajo y el capital, el mundo capitalista, iniciaba una vertiginosa etapa de consumo basado en el endeudamiento; de ascenso en espiral, con el chisporroteo de algunas crisis en la periferia del sistema casi como decorado, que concluyó finalmente con la explosión global de 2008. Durante este período, la globalización y la especulación financiera fueron para el sistema tanto el escape hacia adelante como un recurso para disimular una crisis estructural de demanda mediante la creación de demanda artificial. Pero por otro lado la presión para reducir costos se empezó a sentir y a crecer. Reducido o bajo control el salarial, el principal de esos costos desde el punto de vista del capital eran los altos impuestos y cargas necesarios para mantener el Estado y el andamiaje social desarrollado durante los "treinta gloriosos"; las tres décadas de crecimiento económico real de posguerra. El capitalismo atacó entonces con éxito esos escollos, provocando a la larga aún menos demanda y mayor desprotección social, mayores desigualdades. La expresión política de este período en el que el modo de producción capitalista empezó así a morder su propia cola fueron las dictaduras militares y otras en los países subdesarrollados, el conservadurismo neoliberal Estados Unidos y Gran Bretaña y los ilusorios esfuerzos de la socialdemocracia europea por "reformar" el sistema, que acabaron sometiéndola al credo neoliberal y sus maneras despiadadas y corruptas. Sus personajes emblemáticos: Ronald Reagan, Margareth Thatcher, Felipe González, François Mitterrand, Anthony Blair; el último de ellos, otro "socialista" español, José Luis Rodríguez Zapatero. En Argentina, alumno modelo de ese frenesí entre los países en desarrollo, el general dictador Jorge Videla y el presidente democrático peronista Carlos Saúl Menem. Pero el neoliberalismo, última etapa conocida del liberalismo capitalista, entró a finales de 2007 en una grave crisis, que afecta al planeta entero y se manifiesta en su propio corazón; los países desarrollados. Ahora, la "salida de la crisis", anunciada a los cuatro vientos, presenta como únicos números rojos la deuda pública… y el empleo (6). Y todo parece indicar que, una vez más, el capitalismo obedece a su propia lógica interna. Tratar de recuperar la tasa de ganancia allí donde su lógica interna acabó llevándolo: la especulación. "La configuración actual se parece a la de los años 1970: bajo crecimiento: bajas tasas de interés; aumento del precio de las materias primas. Esto confirma, una vez más, que los inversores han perdido el sentido de la realidad" (7). La implacable continuidad del problema en la economía real implica su contracara política: crisis sistémica en un gran número de países, incluyendo a los desarrollados (8). Hasta tal punto el sistema no tolera trabas a sus necesidades, que el menor anuncio de reformas suscita reacciones violentísimas. Ya no se trata solo del trastabilleo habitual de las democracias débiles de la periferia del sistema en épocas difíciles. La crisis política también se va instalando en su corazón. Después de haber salvado al sector financiero con billones de dólares de los contribuyentes, el presidente Barack Obama se vio tratado de "comunista" y hasta de "nazi" por los medios de comunicación y una parte de la clase política y de la propia sociedad estadounidense, a causa de su propósito de crear un seguro médico universal de Estado que costaría la enésima parte de lo que costó el salvataje financiero. Una prueba de que la crisis política se instala y agrava fue la asombrosa, para Estados Unidos, decisión del presidente Obama de excluir a la cadena Fox News de sus conferencias de prensa, a causa de la virulencia y el tono de sus ataques. Un periodista estrella de la Fox critica al Presidente y su gestión… esgrimiendo un bate de béisbol (9). Se puede opinar distinto sobre el hecho en sí; pero no sobre lo que expresa: la imposibilidad de resolver conflictos en el marco y con las maneras políticas que hasta ahora han funcionado. "La polarización es el crack de la política: una sensación breve e intensa que el sistema ansía experimentar una y otra vez, hasta que comienza a desmoronarse. La exacerbada división entre "derecha" e "izquierda" en América viene de una pérdida de la realidad. Ya no se corresponde con la manera como la mayoría de los votantes responde a los políticos o ve sus propias necesidades" (10). Ocurre que existe en general la idea de que los únicos afectados por la crisis económica son los sectores más bajos, las llamadas clases populares, los trabajadores sin mayores capacidades. Pero la desocupación crónica incluye el hundimiento de la pequeña clase media por las dificultades o desaparición del pequeño y mediano comercio y el deterioro salarial en el sector servicios. La concentración empresaria y el estancamiento o disminución de los salarios medios y profesionales, afecta por su parte a las capas media y alta. Esta nueva realidad, un presente desconcertante y sin futuro, afecta la estructura tradicional de millones de familias de casi todas las clases sociales (11). Los asombrosos 25 suicidios de trabajadores en menos de dos años en la poderosa multinacional francesa France Telecom, un sector laboral hasta hace poco considerado de privilegio, no sólo obedecen al deterioro salarial, sino al despótico estilo de gestión de los "recursos" humanos de la empresa: cadencias infernales; arbitrarios e intempestivos cambios de horario o de lugar de trabajo; recorte o desaparición de los beneficios sociales (12). Las "relaciones laborales" o "industriales" (empresa-asalariados), implicaban una noción de relativa igualdad, al menos en la negociación del contrato de trabajo. La noción de "recursos humanos", en cambio, es una confesión empresaria: los trabajadores ya no son personas que participan de un emprendimiento en determinadas condiciones, sino un "recurso" más, del que la empresa se sirve como de cualquier herramienta o materia prima, sin consideración por su esencia humana. El deterioro abarca pues desde trabajadores de lo más bajo de la escala hasta sectores medios y medio-altos. Y como siempre, el hundimiento material de las clases medias tiene un incierto destino político. ¿A qué alineamientos políticos conducirán estas luchas, estos realineamientos sindicales, esta nueva configuración de clases? La derecha capitalista, por su parte, encuentra dificultades en todo el mundo para ordenarse detrás de un proyecto político; otra prueba de esta fase de implosión y desconcierto general. Pero en definitiva, en todas partes todo va por el mismo camino. El capitalismo y la democracia capitalista están en cuestión. Economía de guerra Como consecuencia de todo esto, el mundo se está tornando excesivamente peligroso. Siempre lo fue, solo que esta vez todo el mundo es peligroso. La historia humana no es precisamente una historia de paz, pero en las guerras mucho dependía de donde uno se encontraba. Incluso en los peores momentos de la guerra fría, cuando todo el planeta estaba amenazado por la hecatombe, las sociedades de algunos países del Sur podían imaginar que el Apocalipsis ocurriría en el Norte y que, con suerte y viento a favor, su nube no los alcanzaría. ¿Es la guerra el peor peligro? Sin duda, cuando nos llega, pero es un error formular así la pregunta porque supone imaginar la guerra como una causa y no como, según la lúcida fórmula de Clausewitz, la continuación de la política por otros medios. La forma más segura de preparar una guerra es propiciar o aceptar ciertas políticas que, tarde o temprano, conducen a ella. Las dos guerras que inició Estados Unidos en Irak son la consecuencia lógica de políticas de absorción de mercados y riquezas naturales por parte de los grandes países desarrollados. El historiador Eric Hobsbawn afirma que la razón por la cual "ningún estadista sensato" decidió poner fin a la guerra "antes de que se destruyera el mundo de 1914", fue que "a diferencia de otras guerras anteriores, impulsadas por motivos limitados y concretos, la primera guerra mundial perseguía objetivos ilimitados. En la era imperialista, se había producido la fusión de la política y la economía. La rivalidad política internacional se establecía en función del crecimiento y la competitividad de la economía, pero el rasgo característico era precisamente que no tenía límites" (13). Si esto fue así ya desde principios del siglo XX, tanto más ahora, cuando el salto científico y tecnológico ha borrado las fronteras y los mercados y recursos naturales, engullidos a velocidad pasmosa, se hacen escasos. Tal como ha comenzado el siglo XXI, la herramienta decisiva de la economía y la política será el aparato militar. ¿Sólo se puede hablar de guerra cuando un país invade a otro, cuando se enfrentan dos o más ejércitos? En sentido estricto, puede que sí, pero sin contar con que las guerras modernas provocan muchísimas más víctimas entre la población civil que entre los profesionales del combate (14). Basta echar una ojeada para comprobar que las guerras civiles -o las situaciones de virtual guerra civil, como en Colombia, México o los países árabes- se multiplican y, sobre todo, que la desigualdad, la pobreza y la mafistización de las sociedades e instituciones, ese estado larval de las guerras civiles que luego devienen guerras internacionales, campean por el mundo, incluso en Estados Unidos (15). Dicho de otro modo: si las sociedades democráticas modernas -que son hijas del crecimiento económico y de la distribución del ingreso ocurridos entre 1945 y 1975- toleran políticas que conducen a una creciente desigualdad social, pobreza y miseria, éstas provocarán convulsiones e inseguridad internas, una suerte de tribalización mafistizada que a su vez generará deterioro institucional, respuesta del poder económico y político amenazados, el consiguiente recorte de las libertades, la sucesiva cristalización de grupos armados enfrentados y, luego, la internacionalización del problema. Es lo que está pasando en casi todo el mundo. Para no acudir otra vez al caso colombiano, se pueden observar tres distintos ejemplos, ocurridos en América en 2004: Brasil, Bolivia y Estados Unidos. Para tratar de sacar a uno de sus jefes de la cárcel, las mafias de narcotraficantes volvieron a demostrar en Rio de Janeiro que ya casi constituyen un doble poder, asolando la ciudad ante la impotencia del gobierno. En La Paz, los ciudadanos de a pie, los estudiantes ¡y la policía! hicieron tambalear al gobierno a causa de un impuesto… a los salarios. En algunas ciudades de Estados Unidos se prohibieron las marchas contra la guerra y en Nueva York, por primera vez, la policía impidió que miles de manifestantes se sumaran a la columna principal. Ya no se trató de suprimir las libertades de árabes, negros o hispanos, sino también las de millares de wasp de pura cepa (16). No es necesario extenderse sobre el gravísimo recorte a las libertades que representa la Patriotic Act y los abusos que ésta propicia y sobre los horrores de la cárcel de Guantánamo (que el presidente Obama no cerró, a pesar de su promesa electoral), por no hablar de la más que dudosa elección del propio George W. Bush (17). Un fraude electoral en la "primera democracia del mundo"… Sólo señalar que el descontento contra la guerra y sucesos como los tumultos en Los Angeles en 2004 (que obligaron al gobierno a acudir a la Guardia Nacional), además de expresar el espíritu democrático de millones de ciudadanos de ese país, tienen un sustrato profundo: el aumento de las desigualdades y la pobreza en la nación más rica del planeta. ¿Hacia donde va Estados Unidos? La política económica de la administración Bush -continuadora de la de Reagan en los '80- y el origen ideológico y empresario de sus principales integrantes, explican la decisión y el descaro con que fue consumado el fraude electoral y la necesidad de atacar a Irak. El silencio de los grandes medios de comunicación ante aquél escándalo y su apoyo a la guerra muestran a las claras hasta dónde el proceso de concentración empresaria ha desvirtuado el papel del periodismo: basta recordar el "escándalo Watergate" para percibir la diferencia. Tal como denunciaron Norman Mailer, Gore Vidal, Susan Sontag, Noam Chomsky y los intelectuales y artistas más lúcidos, en Estados Unidos ya se ha creado una "atmósfera prefascista", estimulada por los ejecutores de la política económica y sus beneficiarios. Lo alarmante son los enormes déficits de la balanza comercial y del presupuesto estadounidenses, con el consiguiente endeudamiento que suponen. Las guerras simultáneas que lleva adelante Estados Unidos (Irak, Afganistán) y la rebaja de impuestos a los ricos -de eso se trata- no harán más que aumentar el déficit y la deuda. Pero las cifras dicen poco: al fin y al cabo, tanto el déficit presupuestario como la deuda son relativamente soportables para un PBI de la magnitud del de Estados Unidos. En cuanto al déficit comercial, éste viene financiándose desde hace décadas mediante el control de la moneda de referencia mundial y la aspiración de capitales que ese dominio comporta. Lo importante es la tendencia: en un artículo luminoso, Paul Krugman afirmó que "si el gobierno se sale con la suya (reducir los impuestos y aumentar el gasto militar), en el plazo de una década -o quizá antes- Estados Unidos tendrá unos fundamentos presupuestarios similares a los que tenía Brasil hace un año (…) el mercado de bonos mirará al futuro y comprobará que las cosas no cuadran: a los ricos se les han prometido tipos impositivos bajos; a la clase media (…) pensiones y atención sanitaria y el gobierno no puede cumplir todas esas promesas y al mismo tiempo pagar intereses sobre su deuda. El temor a que el gobierno resuelva el problema inflando la deuda provocará un aumento de los tipos de interés, lo cual empeorará el déficit, y se producirá una espiral hasta que la situación quede fuera de control" (18). Otras voces van en la misma dirección: "Ese juego (déficits más endeudamiento), sólo durará un tiempo, porque Estados Unidos acumula año tras año una deuda que algún día tendrá que devolver (…) los mercados financieros descubrirán de golpe que eso no puede durar. El dólar podría entonces derrumbarse brutalmente, provocando una nueva crisis económica mundial" (19). Estas predicciones se hicieron hace ocho años. El 2011, como ya se ha dicho, la deuda de Estados Unidos representaba el 140% de su PBI y los déficits fiscal y comercial se habían mutiplicado. Un planeta convulsionado Las versiones optimistas sostienen que cuando se consolide la conquista de Irak bajará el precio del petróleo y que al menos la economía de los países desarrollados, cuyo crecimiento se hace cada vez más arduo se recuperará (20). Pero aunque baje el precio de la energía, nadie es capaz de explicar cómo se aplacarán las iras del mundo islámico, cómo se apagarán los fuegos sociales en otras partes del planeta y, en estricta economía -si es que se puede considerar por un momento que los conflictos no la influyen- cómo hará el capitalismo en esta fase neoliberal para generar una demanda mundial capaz de absorber los prodigiosos e incesantes avances productivos fruto del desarrollo científico y tecnológico. Las derechas de todo el mundo, en particular en Estados Unidos, tienen la respuesta: la guerra. En la disyuntiva de utilizar su formidable capacidad financiera, productiva y cultural para sembrar democracia e igualdad para todos -creando de paso los mercados que el capitalismo necesita- o servirse de su monstruosa máquina militar para vivir de la destrucción, las pandillas en el poder en Estados Unidos y otros países desarrollados eligen lo segundo. Optan por vivir de la carroña en un mundo en el que los requisitos de seguridad serán cada vez mayores y a la paz habrá que buscarla en bunkers asediados. A menos que la reacción mundial y la de la propia opinión pública estadounidense provoquen una crisis y un giro en la política del Imperio, resulta escalofriante pensar a qué extremos éste podría llegar si las previsiones de crisis de materializan. Por ahora, los decepcionantes resultados de la gestión de Barak Obama y la evolución de las preferencias del electorado, obligan al pesimismo. La globalización se militariza. Todo el mundo se ha vuelto peligroso, y es triste predecir que puede que lo será mucho más en los años por venir. Pero la Historia se desarrolla en círculos sucesivos, como decía el napolitano Giambattista Vico, y en sus fases ascendentes sus protagonistas cambian de nombre y de lugar. Cada vez son más los analistas que predicen que en dos décadas China ocupará el lugar de Estados Unidos. En este planeta convulsionado, el futuro de cada país depende así de la política económica que adopte ahora mismo, de su actitud y grado de neutralidad frente a la situación internacional, de las alianzas que escoja, de que el conjunto de países de una región dada sepa o no aprovechar su potencial y ventajas comparativas para progresar unido y relativamente al margen de los conflictos mundiales. Los viejos lobos de mar sabían que con mar brava hay que ir al pairo y lo más cerca posible de velas amigas. Es un aviso para navegantes de América Latina. Crecimiento, trabajo y democracia En este marco global, hay una pregunta ausente, o tímidamente formulada y peor respondida, en los análisis económicos actuales: ¿el crecimiento de la producción garantiza la provisión de empleos que la evolución de una sociedad democrática requiere? No hablamos de cualquier sociedad, sino de una que se ha dado o que intenta darse, o perfeccionar, un sistema democrático de gobierno, formas democráticas de convivencia, ya que el desempleo estructural masivo corroe inevitablemente la vida social y acaba por afectar gravemente a la democracia. Una sociedad sin oportunidades para la mayoría, estructuralmente fracturada, no vive en democracia ("libertad, igualdad...") y acaba por requerir alguna forma de autoritarismo. Suele entenderse que la democracia es previa al desarrollo económico, a la demanda de trabajo y a salarios que excedan las necesidades de reproducción de la fuerza de trabajo, de lo que un trabajador necesita para meramente sobrevivir. Pero es exactamente al revés. Las democracias occidentales modernas, es decir con inclusión y derechos para trabajadores, mujeres, jóvenes, minorías e inmigrantes, sólo fueron dibujándose en el horizonte a partir de las revoluciones productivas agraria e industrial. Hasta la izquierda suele confundir las causas y los efectos de estos procesos, cuando se limita a vincular luchas sociales y progreso con independencia de las condiciones materiales. La rebelión de Espartaco fue necesaria y heroica, pero no tenía la menor posibilidad de triunfar. Los falansterios de Charles Fourier fueron quizá una premonición, un tanteo hacia formas de organización social que la humanidad deberá empezar a considerar ahora -a menos que opte por el suicidio colectivo- pero perfectamente inaplicables a principios del siglo XIX. Y los historiadores aún no se han ocupado a fondo de analizar la relación entre el nivel de desarrollo capitalista de Rusia a principios del siglo XX y el fracaso del intento igualitario de la revolución soviética. Es pues necesario crecer -producir bienes- para distribuir y crear así condiciones sociales que permitan vivir en democracia y en paz. Pero los desarrollos científicos y tecnológicos que ha logrado el modo de producción capitalista obligan a replantear la pregunta: ¿garantiza el crecimiento, en cantidad y calidad, la provisión de empleos que la evolución de una sociedad democrática requiere? "La gran promesa de la liberalización del comercio es crear prosperidad y empleo. Pero esta promesa está lejos de cumplirse, e incluso parece haber desaparecido de la agenda de la Organización Mundial de Comercio (OMC). Mientras tanto, millones de trabajadores viven en la inseguridad que emana de la desregulación del mercado internacional. En todo el mundo, los trabajadores temen perder su empleo" (21). Si es que no lo han perdido ya... En plena euforia de la Copa Mundial de fútbol, la automotriz alemana Volkswagen confirmó el despido de 20.000 trabajadores y la aseguradora Allianz y su banco, el Dresdener, de 7.500 empleados (22); DuPont, segunda empresa química estadounidense después de Dow Chemical, suprimió 1.500 empleos en Europa (23). La lista podría prolongarse indefinidamente con ejemplos de todos los países industriales desarrollados, en los que el desempleo es estructural y las condiciones del empleo se degradan sin cesar. "En la última década, en la Unión Europea (UE) desaparecieron un millón de puestos de trabajo solo en el sector textil y para los próximos cinco años se esperan pérdidas de la misma importancia. En los países en desarrollo, muchos trabajadores se ven obligados a aceptar condiciones de trabajo peores que las precedentes" (24). ¿Sólo en los países en desarrollo? Además de los despidos, la Volkswagen de Alemania anunció a los que quedan que si no aceptan trabajar siete horas más a la semana por el mismo salario, levantará los bártulos y se instalará en otro país (25). Y en Estados Unidos, la más grande automotriz del mundo, General Motors, ha comenzado a contratar trabajadores temporarios a 16 dólares por hora, después de haber despedido a miles de fijos que ganaban 27 (26). Como ya se ha dicho, esta imparable ola de despidos y deterioro salarial, que afecta a todas las ramas de la producción, está facilitada por la irrupción de la informática, la robótica y otros desarrollos científicos y técnicos que desplazan progresivamente al trabajo humano. Pero también está dictada por la necesidad: en la medida en que el trabajo humano es el único factor que agrega valor real a la producción, el modo de producción capitalista sufre de una marcada tendencia a la disminución global de la tasa de ganancia, un fenómeno anunciado ya en el siglo XIX y escasamente analizado ahora que se verifica (27). Es así que el sistema se ha lanzado a una imparable fuga hacia adelante: predominio de la especulación financiera y, en el terreno de la producción, búsqueda incesante de menores costos, sobre todo salariales, pero también sociales, fiscales, sanitarios, ambientales, etc. Los bajos salarios no afectan, todo lo contrario, a los "súperejecutivos", que son justamente los encargados de las grandes operaciones de limpieza. Casi todas las empresas que las han emprendido logran ganancias excepcionales, esquivando así -al menos por el momento- la tendencia global a la baja (28). Espejismo inversor ¿Y qué mejor que los países en desarrollo, hambrientos de todas las hambres, para obtener condiciones favorables? Las "deslocalizaciones" aparecen como la panacea moderna para el subdesarrollo, al menos para la mayoría de dirigentes políticos y medios de comunicación. Si Volkswagen se va de Alemania puede que venga aquí, se frotan las manos los polacos flamantes miembros de la UE, los eternos aspirantes turcos y, por supuesto, otros países árabes, asiáticos y latinoamericanos. ¿Quién da más; o mejor dicho, quién pide menos? En otros tiempos, una nueva fábrica representaba nuevos puestos de trabajo directos e indirectos, la elevación general del nivel salarial y una garantía de continuidad, en la medida en que el objetivo era el mercado interno. Actualmente, la creación de empleos y la mejora salarial es mucho menor en términos relativos y la continuidad no está garantizada en absoluto, ya que no habrá ampliación de mercado -o no será suficiente- y la misma lógica de abaratamiento impulsará mañana otro traslado, algo de lo que pueden dar fe los trabajadores de las maquiladoras mexicanas (29) y hasta algunos sectores de la producción en China, país-fenómeno del crecimiento mundial con base en la ausencia de libertades y una mano de obra a dólar por jornada de hasta doce horas (30). En India, donde se ofrecen condiciones similares, los dirigentes tratan de curarse en salud, seguramente en vano, regulando el outsourcing (31). En resumen: se produce más con menos trabajo; el trabajo efectivo es cada vez peor remunerado y las condiciones generales empeoran; los países en desarrollo deben competir entre sí rebajando al infinito sus pretensiones -si es que las tienen- para obtener "inversiones" que en el mejor de los casos enriquecerán a unos pocos y mejorarán las condiciones de vida de algunos, pero no contribuirán al bienestar general y pueden esfumarse en cualquier momento. Por último, una economía puede crecer fuertemente y al mismo tiempo generar exclusión masiva y grave deterioro democrático, tal como ocurrió en Argentina en la década de los '90 (32). ¿No es hora de revisar a fondo las expectativas basadas en "el crecimiento"? ¿No será necesario comenzar a debatir alternativas al modelo, en lugar de perseguir espejismos? Tarde o temprano deberán aparecer fuerzas sociales y propuestas alternativas a la hasta ahora irresistible conformación de un mundo dominado por mercaderes y especuladores, basado en la injusticia y, a la postre, antidemocrático. A menos que la humanidad se resigne a un porvenir de exclusión masiva, conflictos permanentes y catástrofe ecológica. Notas: 1 "Robots: ¿artefactos o seres?", La Nación revista, Buenos Aires, 21-8-11 2 Juan Jesús Aznárez, "México en un charco", El País, Madrid, 21-12-03. Con estos títulos la prensa mundial conmemoraba el inminente décimo aniversario del Tratado de Libre Comercio firmado por México con Estados Unidos y Canadá… 3 Jeremy Rifkin, "Producir más bienes con menos trabajadores", El País, Madrid, 30-12-03.. Según un estudio de Alliance Capital Management (Estados Unidos), "entre 1995 y 2002 fueron eliminados 31 millones de puestos de trabajo en fábricas de las 20 economías más fuertes del mundo. (Mientras) la producción industrial global se incrementó en más del 30%, los empleos en fábricas cayeron más del 11% en todo el mundo". 4 André Gortz, "Les fractures du capitalisme", Ed. Village Mondial, Paris, 1997. 5 Bernard Perret y Guy Roustang, "L'économie contre la societé", Le Seuil, Paris, 1993. 6 Claire Gatinois, "Le retour de l'exubérance irrationnelle?" El Dow Jones superó la barrera de los 10.000 puntos, "a pesar del agravamiento del desempleo", Le Monde, París, 18/19-10-09. 7 Martin Hutchinson, "Déjà, une nouvelle bulle se forme sur le marché boursier américain", Le Monde, París, 17-10-09, y Sandro Pozzi, "Goldman Sachs dobla los sueldos tras ganar cuatro veces más", El País, Madrid, 16-10-09. Las críticas a la salida de la crisis inflando de dinero al sector financiero sin mayor contrapartida regulatoria son abrumadoras, incluso desde liberales como los premio Nobel Paul Krugman y Joseph Stiglitz. 8 Varios autores, "El laberinto de las crisis políticas", Le Monde diplomatique, Buenos Aires, julio de 2009. 9 Antonio Caño, "Guerra entre Obama y la Fox", El País, España, 26/10/09. 10 Robert Hughes, "La Cultura de la Queja", Anagrama, Barcelona, 1995. 11 José Luis Barbería, "Familias hundidas por la crisis", El País, Madrid, 25-10-09. 12 Antonio Jiménez Barca, "Vamos al trabajo como a la prisión", El País, Madrid, 21-10-09. 13 Eric Hobsbawn, "Historia del siglo XX", Grijalbo-Mondadori, Barcelona, 1995. 14 Ibid. 15 Joaquín Estefanía, "La vuelta del gran Gatsby", El País, Madrid, 26-2-03. También Norman Mailer, "Los bushistas están por acabar con la democracia", Clarín, Buenos Aires, 26-2-03. 16 White, anglo-saxon, protestant. Blanco, anglosajón, protestante. 17 En el artículo citado, Mailer afirma que "es repugnante robar una elección nacional si la gente cree en la democracia (…) Una vez que se roban las elecciones, ipso facto se termina la democracia". Es interesante apuntar que en la versión en inglés, distribuída por Global Viewpoint y "adaptada por observaciones de Los Angeles Institute for Humanities" fueron suprimidos íntegros los dos últimos párrafos, donde se acusa a la administración Bush de fraude. Ver Norman Mailer, "Gaining an empire, losing democracy?, International Herald Tribune, Paris-Nueva York, 25-2-03. 18 Paul Krugman, "Al segundo día, Atlas se fue por las ramas", El País, Madrid, 23-2-03. 19 "Le beurre et les canons", editorial de Le Monde, Paris, 22-2-03. 20 Adrien de Tricornot, "Le G7 attentiste face au ralentissement de l'économie", Le Monde, Paris, 25-2-03. 21 "Commerce mondial et travail décent", Le Monde, París, 16-12-05. Este artículo lleva la firma, entre otros, de Willy Thys, secretario general de la Confederación Mundial del Trabajo y de Guy Ryder, secretario general de la Confederación Internacional de Sindicatos Libres. 22 Antoine Jacob, "Volkswagen pourrait supprimer 20.000 emplois", Le Monde, París, 13-2-06 y Osvaldo Bayer, "Los que ganan y los que pierden", Página 12, Buenos Aires, 25-6-06. 23 Yves Mamou, "DuPont supprime...", Le Monde, París, 17-3-06. 24 "Commerce mondial...", ibid. 25 Osvaldo Bayer, "No todo es fútbol...", Página 12, Buenos Aires, 17-6-06. 26 Jeff Green y Greg Bensinger, "To fill jobs, GM hires temporary workers", International Herald Tribune, París, 25-5-06. El propósito de GM es liquidar 25.000 puestos en Estados Unidos y 12.000 en Europa. Danny Hakim y Jennifer Bayot, "GM plans to cut 25.000 jobs in U.S.", International Herald Tribune, París, 8-6-05. 27 Carlos Marx, "Contribución a la crítica de la economía política" y "El Capital", editorial Tor, Buenos Aires, 1946. Entre los raros análisis recientes sobre el fenómeno, Jorge Beinstein, "La larga crisis de la economía global", Corregidor, Buenos Aires, 1999. 28 La alemana Allianz, por ejemplo, anunció ganancias record de 4.500 millones de euros al mismo tiempo que los despidos. Osvaldo Bayer, ibid. Ver también "Profit up, ABN AMRO will cut jobs", International Herald Tribune, París, 27-4-06 y "Aux Etats-Unis aussi, les salaires des patrons font polémique", Le Monde, París, 20-6-06. 29 Carlos Gabetta, "La ilusión del trabajo", Le Monde diplomatique, Buenos Aires, febrero de 2004. 30 "Entre 1995 y 2002, China perdió más de 15 millones de puestos de trabajo en fábricas, el 15% de su población activa en manufacturas". Jeremy Rifkin, "Producir más bienes con menos trabajadores", El País, Madrid, 30-12-03. 31 Anand Giridharadas, "India is seeking to codify the rules on outsourcing", International Herald Tribune, París, 13-12-05. 32 Ismael Bermúdez, "En diez años, la economía creció 50% y los desocupados, 146%", Clarín, Buenos Aires, 17-12-1999. A finales de 2005 la industria argentina había recuperado los niveles de producción de 1997 -después de haber caído a niveles de los '70 durante la crisis de 2001- pero con un 14,6% menos de empleo… Ismael Bermúdez, "Más producción con menos gente", Clarín, Buenos Aires, 22-10-05.

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