primera parte

Jorge F. Cholvis
Para saber que
significó la
Constitución Nacional de 1949 no es suficiente
transcribir su texto, aún en
sus partes más determinantes. Para ello es
indispensable
conocer cómo surgió, qué finalidad tuvo, cuál fue su logro, y el porqué y las
consecuencias de su derogación. Observar estas cuestiones llevará a comprender
la vigencia que mantienen sus principales postulados en el marco de nuestra
realidad contemporánea. El tema constitucional no pasa sólo por la Constitución escrita,
que está sujeta férreamente por la Constitución real donde dirimen su acción los
factores de poder, ni es
exclusivamente un tema jurídico, sino que principalmente se encuentra en el
ámbito del poder político y de un proyecto de nación compartido por un pueblo
organizado y partícipe directo de su institucionalización al más alto rango
normativo. La
Constitución es un
proyecto de Nación sustentado en una
ideología y en determinadas relaciones de fuerzas; y el poder encarna la única
instancia capaz de transformar la política en historia.
La situación política
de la Argentina
producto del 17 de octubre de 1945 y del triunfo electoral del 24 de febrero de
1946, fue el punto de partida y principal apoyo para que nuestro país tuviera
el novedoso texto constitucional sancionado en 1949. El 5 de diciembre de 1948
se realizaron las elecciones para integrar la Asamblea Constituyente,
y con el amplio triunfo logrado por el peronismo el programa propuesto para
reformar la
Constitución Nacional había logrado el necesario apoyo. En
sus discursos Perón advertía sobre la necesidad de impulsar una reforma
constitucional. Fueron ideas y
principios que motivaron al texto de la novel Constitución. En una
reunión con los convencionales electos del Partido Peronista en la residencia
presidencial de Olivos el 11 de enero de 1949, expresó que la antigua fórmula
de la libertad, igualdad y fraternidad tenía que ser cambiada en nuestros días
por la libertad, la justicia y la solidaridad. Se ingresaba al tiempo de la democracia social.
La Asamblea Constituyente de 1949 incorporó a
la Constitución
los derechos
sociales (del trabajador, de la
ancianidad, de la familia, y de la seguridad social), políticos (de reunión,
elección directa del presidente, unificación de mandatos, y reelección
presidencial), y humanos (hábeas corpus, condena al delito de tortura,
limitación de efectos del estado de sitio, protección contra la discriminación
racial, benignidad de la ley, y contención de los “abusos de derecho”). Con las
normas que se referían a la economía y al papel del Estado en el proceso
económico se garantizaba el pleno goce de los derechos socioeconómicos.
Precisamente a eso tendían las que instituían la protección de la riqueza
nacional (nacionalización de los servicios públicos, comercio exterior y
fuentes de energía); y de su distribución (limitación al abuso del derecho,
función social del capital y tierra para quien la trabaja). Previamente, en el
preámbulo se ratificaba la irrevocable decisión de constituir una Nación socialmente justa,
económicamente libre y políticamente
soberana e instituía el objetivo
de promover la cultura nacional. Principios que fueron piedra basal de la Constitución.
Al
fundamentar la reforma en la Asamblea Constituyente, Arturo E. Sampay sostuvo
que "la necesidad de una renovación constitucional en sentido
social es el reflejo de la angustiosa ansia contemporánea por una sociedad en
la que la dignidad del hombre sea defendida en forma completa. La experiencia
del siglo pasado y de las primeras décadas del presente demostró que la
libertad civil, la igualdad jurídica y los derechos políticos no llenan su
cometido si no son completados con reformas económicas y sociales que permitan al
hombre aprovecharse de esas conquistas".
Abandonando la falsa
neutralidad que le otorgaba la concepción liberal al Estado en el proceso
económico, la reforma de 1949 dada su orientación filosófico-jurídica, en su
carácter de promotor del bien de la colectividad le confió un papel relevante
en la defensa de los intereses del pueblo, y a tal fin lo facultó para intervenir en
dicho proceso con el ánimo de obtener
el bien común. “Porque la no
intervención significa dejar libres las manos a los distintos grupos en sus
conflictos sociales y económicos, y por lo mismo, dejar que las soluciones
queden libradas a las pujas entre el poder de esos grupos. En tales
circunstancias, la no intervención implica la intervención a favor del más
fuerte, confirmando de nuevo la sencilla verdad contenida en la frase que
Talleyrand usó para la política exterior: “la no intervención es un concepto
difícil, significa aproximadamente lo mismo que intervención”. La no intervención era darle permanencia a lo que Arturo Jauretche
llamaba “el dirigismo de ellos”.
Las
constituciones han de revelar una preocupación particular para que sus normas no sean sólo declaraciones, sino que deben procurar que se cumplan en realidad. Para ello los derechos y
libertades de los ciudadanos han de ser eficazmente garantizados por todos los
medios materiales, organizativos y jurídicos. Las normas de política económica
constitucional, han de determinar el desarrollo estable y dinámico de
todas las ramas de la producción social. Sobre esa base no sólo será posible
proclamar y establecer en la
Constitución un amplio conjunto de derechos socio-económicos,
sino también asegurarles su cumplimiento. De
esa manera durante la vigencia de la Constitución de 1949 se enfrentó al condicionamiento
socioeconómico, que impide la vigencia de derechos humanos básicos, como ser el trabajo, la salud, la
vivienda, y la educación, condiciones necesarias para una vida digna; así en ese período fueron
efectivamente gozados por la mayoría de la población.
Es sabido que la
historia no se construye sobre la base de meros marcos normativos. En todo
caso, éstos suelen ser una consecuencia de procesos impulsados por las fuerzas
sociales actuantes y, en la medida que responden a los logros obtenidos por
ellas, es cuando adquieren su carácter trascendente. Con avances y retrocesos
la lucha por la justicia, es la verdadera fuerza motora de la historia.
El 16 de septiembre de 1955 comienza el golpe de Estado que termina
con el gobierno Justicialista. Los planes económicos de la denominada
“Revolución Libertadora” tropezaban con la Constitución de 1949
y ello determinaba que se transformara en una cuestión vital el retorno a la Constitución de 1853.
Así es que por la “Proclama” del 27 de abril de 1956 se deroga la Constitución de 1949.
La defensa de la democracia que se invocaba en ese período de facto encubría un retorno al
liberalismo económico. El cambio político iba acompañado por otra orientación
de la política social y un retorno a la ortodoxia económica.
Comenzó entonces una etapa de la historia nacional durante la cual,
salvo breves períodos, hasta finales del siglo XX se aplicaron por distintos
hombres y equipos políticas económicas similares -con particular intensidad
durante los ciclos de facto-, con el
fundamento teórico de los promotores del "neoliberalismo" de
turno, aunque con diversos programas y variantes. Consecuencia de esta
política, y de la frustración de los sectores populares en hacer efectivo un
proyecto de Nación que nos insertara en la realidad socioeconómica del mundo
contemporáneo en condiciones adecuadas para generar un desarrollo político y
económico acorde a nuestras posibilidades como Nación, se consolidó la
presencia que organismos financieros internacionales y poderosos grupos
económicos extranjeros y algunos nacionales ligados a ellos ya habían logrado,
y condujo a que tomaran abierta posesión de nuestra economía y se transformaran
en partes determinantes de la
Constitución real del país.
Se erigieron en sólida base para que perdurara la
crítica condición en que se colocó a la Nación y por tanto, se convirtieron en un
impedimento de peso para
cambiarla. Ello condujo a que la
Argentina marchara hacia la grave crisis de fines del 2001. Que
se comienza a dejar atrás a partir del período presidencial iniciado en el año
2003 por Néstor Kirchner y que actualmente ejerce y lidera Cristina. Salimos
del infierno. El país está cambiando. La continuidad
y profundización del modelo es la
vía y la instauración al más alto rango normativo de un nuevo Proyecto
Nacional y Popular para el País de los Argentinos es la meta.
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