Utopía de los "emergentes"
Imperialismo, burguesías subordinadas
y revolución
Por Luis Bilbao
Si la marcha de los explotados y
oprimidos avanzara al compás de la crisis del sistema capitalista, el mundo
estaría hoy en las vísperas de una resolución histórica positiva; en los
albores de una nueva civilización.
No es así. A la inversa, la
distancia entre la magnitud de la crisis y la habilidad para resolverla se
ahonda día a día. Existe una disparidad creciente entre la dinámica del
mecanismo capitalista y el ritmo en el que las clases obreras, las juventudes, los
campesinos, las capas oprimidas en todo el orbe, toman conciencia del momento
que viven, se organizan para afrontarlo y se dotan de una estrategia propia. En
esa disparidad reside la posibilidad de que el capital dé su respuesta a la
crisis: destrucción de la inconmensurable masa de mercancía sobrante,
saneamiento del sistema mediante el único recurso que les resta:
empobrecimiento generalizado, destrucción, guerra, centralización violenta de
los capitales en torno a las transnacionales.
Empavorecido, el pensamiento
reformista tiende a colaborar con las diferentes expresiones del capital, en
busca de una solución a la encrucijada dramática. El hecho es que tal respuesta
no puede provenir de allí, por razones objetivas, ancladas en la lógica misma
del sistema de producción: en la baja tendencial de la tasa de ganancia, en las
decisiones irracionales dictadas por la ley del valor, en la sobreproducción
indetenible, en la incapacidad para sostener la reproducción ampliada y, por lo
mismo, la marcha a toda velocidad por el camino inverso, que va del crecimiento
al estancamiento y de allí a la recesión, apuntando de manera inexorable hacia
la depresión del sistema en su totalidad global.
Ha pasado ya demasiado tiempo sin
reacción de parte de las vanguardias para comprender y asumir la naturaleza del
momento histórico. Cuando se asistió a la gran explosión de 2008, por pocos
anunciada y esperada, estaba todo a la vista: el colapso ocurrió cuando ya no
existía frente al mundo capitalista el desafío de la inmensa área
no-capitalista encabezada por la Unión Soviética ; no había partidos que retaran al
sistema en ningún rincón del mundo industrializado; los sindicatos estaban
-siguen estando- como aceitado engranaje en el mecanismo de explotación; la
intelectualidad recorría el laberinto banal del post modernismo...
Si frente a este cuadro mundial
sólo se plantaba Cuba, la Revolución Bolivariana de Venezuela, el bloque
del Alba ¿cómo soslayar el hecho de que la explosión financiera en el corazón
del imperialismo provenía de sus propias entrañas y no del desafío de la
revolución?
Esto ya lo había descripto,
explícita y contundentemente Carlos Marx en su obra mayor. Pero en paralelo con
los avatares de la lucha de clases y sus sucesivas derrotas en los países de mayor
desarrollo y en la propia Unión Soviética durante la segunda mitad del siglo
XX, la honda crisis del pensamiento teórico revolucionario dio lugar a la
proliferación de callejones reformistas y a una miríada de pseudoteorías, que
vinieron a descubrir la supuesta capacidad del sistema para resolver sus crisis
periódicas con el simple recurso de aplicar más de lo mismo y emerger
victorioso.
Un argumento sin basamento
científico; pero con la enorme fuerza que le dio la existencia de aparatos y
programas cuya sobrevivencia estaba ya inextricablemente amarrada al sistema
mismo: "el capitalismo no se derrumba si no hay una fuerza que lo
empuje". A pocos preocupó que esta línea de pensamiento chocase de frente
con las páginas de El Capital. La cuestión era no chocar de frente con el
capital: puesto que esa fuerza no existe y en los centros principales no está
siquiera esbozada, la conclusión es clara: "no es hora de la
revolución".
El razonamiento no termina allí:
si no es hora de la revolución, se impone la conciliación con "el
capitalismo productivo" en contra del "neolliberalismo"; con el
"capitalismo con rostro humano" en contra del "capitalismo
salvaje". Por este camino fueron arrastrados los antiguos partidos de
izquierda de Europa, Estados Unidos, Japón y otros países de escala mayor
aunque de menor desarrollo. Con ellos, el grueso de la intelectualidad
progresista. Y allí están: en el marasmo de la crisis que, ahora con epicentro
visible en Europa, da vuelta como un guante la historia. Los efectos
devastadores de la trabazón del sistema transforman en pueblos aterrados a
aquellos mismos que, pocos años atrás, creían haber alcanzado el zénit del
bienestar y la felicidad desde las alturas de un sistema supuestamente exitoso
e invencible. Según la titular del Fondo Monetario Internacional (FMI),
Chistine Lagarde, en la
Unión Europea (UE) "2 de cada 5 jóvenes están
desempleados". Esto es, el 40% de los jóvenes y no el 24% como aseguran
otras fuentes. Esos guarismos son todavía mayores en Grecia y España, para no
aludir a Portugal, Italia, Irlanda y Gran Bretaña, todas arrasadas por la caída
vertical de la producción industrial y el consecuente desempleo, retracción que
ya es realidad también en las dos locomotoras de la convulsionada UE: Francia y
Alemania. Habrá de tenerse en cuenta que todos los datos de la realidad
económica en los centros imperialistas están amañados, para mejor manipular
cifras y conceptos. Pero basta esa confesión de Lagarde para medir la magnitud
de la crisis.
Por ejemplo, en Estados Unidos las
estadísticas oficiales sitúan el desempleo en algo menos del 8% general y en el
11,5% para los jóvenes de entre 19 y 29 años. La realidad está lejos de estos
guarismos, los cuales con apenas pequeñas adecuaciones que realizan los propios
organismos del área de trabajo en aquel país, aumentan ambos datos en por lo
menos un 50%. Eso, sin contar la masa de excluidos que ya no busca trabajo y
cae de los registros. Pero el verdadero dato es que la economía no crece, la
demanda laboral dista del crecimiento anual de la nueva oferta y la brecha
continúa ensanchándose.
La crisis continúa
Cuatro años y medio después de la
más grave conmoción de la economía capitalista en toda su historia, en ninguno
de sus puntos nodales se ha logrado revertir la caída. Teóricos y
propagandistas del capital se ufanan -con razón- de haber impedido que la gran
recesión se transformase en depresión. Tratan de escamotear el precio de esa
mezquina victoria: eso que ellos mismos han denominado, con saludable crudeza
sajona, "abismo fiscal".
Es más grave aún la situación en Estados
Unidos. El mundo caminó al borde del abismo financiero durante los últimos días
de 2012 y las primeras horas de 2013, cuando in extremis el gobierno
estadounidense logró superar el derrumbe fiscal mediante un endeble acuerdo con
los republicanos para incrementar impuestos a las capas más ricas del país:
aquellos que ganan más de 450 mil dólares anuales, contra la opinión de Barack Obama
que pretendía fijar el piso en 250 mil. Para no abundar, vale citar a Nouriel
Roubini y Paul Krugman, inequívocos defensores del sistema, quienes se burlaron
en sendos artículos del supuesto triunfo de Obama.
El incremento acordado para los
impuestos permitirá recaudar 600.000 millones de dólares a lo largo de la
próxima década. En ese período, sin embargo, el gasto se aumentará alrededor de
4 billones de dólares. La zozobra entonces simplemente se trasladó a marzo,
dicen a dúo, cuando se discutirá en las Cámaras el verdadero tema: los recortes
de gastos. La opción de recorte es evidente: gastos militares o derechos
sociales.
Sea como sea que se resuelva la
disputa fiscal en Washington, 2013 verificará un aumento del desempleo en
Estados Unidos, en Europa y Japón, mientras numerosos especialistas advierten
que la caída de la economía china será mayor a la esperada hasta mediados de
2012. Por detrás, está la distancia sideral entre la producción estadounidense
y las cantidades siderales de dólares sin respaldo en las que se apoya la
economía mundial.
Para los estrategas del capital,
la victoria posible en este cuadro es trabar el deslizamiento hacia la
depresión mundial y mantener el control político sobre las masas afectadas
mientras descargan sobre asalariados, desocupados, estudiantes y campesinos, el
peso brutal de la crisis económica y el avance de la violencia hasta la guerra
abierta. Con el presidente francés François Hollande a la cabeza, la
socialdemocracia internacional enarbola esas banderas y se somete al imperio
del gran capital. Helo allí a Hollande invadiendo Mali y abriendo camino a las
tropas de la UE.
Utopía de los
"emergentes"
El término apareció como concepto
geoeconómico en los años 90. Lo inventó el creativo titular de un fondo de
inversión estadounidense, avisado de que no podía ya reunir grandes sumas
invitando a invertir en "el tercer mundo". Por arte de birlibirloque
marketinero, esa parte del planeta pasó entonces a llamarse "emergente".
Un prototipo fue Argentina: mientras el país se hundía como una roca en el mar,
empujado por privatizaciones, endeudamiento y liberalismo extremo para transnacionales
y capital financiero, banqueros y prensa especializada lo bautizaron como
"emergente".
Con el tiempo, la intelectualidad
postmoderna y sus alas a derecha e izquierda adoptaron el pseudónimo y lo
transformaron en concepto. Luego, al calor de procesos desarrollistas
temporalmente exitosos, con apoyo en China, Brasil y otros, la teoría del
"emergente" amplió su radio de acción y se transformó en... la
salvación del capitalismo. El capital no agonizaba. Se mudaba a Oriente y al
Sur.
El arbitrio cobró fuerza de
necesidad para el pensamiento reformista luego del estallido en 2008. Y se
mantuvo con una sonrisa helada hasta hace poco, cuando quedó claro que Estados
Unidos no remonta la crisis, la UE
se hunde en la recesión y la disgregación, a la vez que los famosos Brics
(Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica), descubrían paralizados la llegada de
la recesión también para ellos.
Para la amplia gama de cultores de
estos sofismas, la multipolaridad, el reconocimiento de la debilidad creciente
de Estados Unidos como centro organizador del capitalismo mundial, la creación
de numerosos polos de poder universal, no eran otros tantos puntos a favor de
una acelerada marcha en la transición hacia el socialismo, sino la posibilidad
de mantener el statu quo.
Por eso el comandante Hugo Chávez
tuvo escaso eco cuando tres años atrás convocó a crear una 5ta Internacional. ¡No
era la hora de la revolución, sino la de apostar a "los emergentes"!
Es eso lo que comienza a terminar
en este momento y verá su aceleración en transcurso de este año y los que
vienen: el agotamiento de la ilusión desarrollista, que apeló a Keynes como si
el economista inglés hubiera sido un revolucionario socialista y no un teórico
de la desesperación capitalista en busca de salvación para el corto plazo.
Sólo el Alba, con la Revolución Bolivariana
a la vanguardia, sin cesar compelidas por la visión y la fuerza de Chávez, se
desembarazó del lastre reformista y de las pseudoteorías gestadas por la
decadencia capitalista, para poner en práctica la transición hacia el
socialismo. De la rapidez y la eficiencia con que se afirme esa bandera, de la
capacidad para hacerla visible a los pueblos del mundo acosados por la crisis
del sistema global, depende que aquella distancia entre el fin de la
civilización capitalista y el comienzo de una nueva era se acorte y dé paso a
la revolución, única respuesta a la estrategia demencial de los estrategas del
capital.
Buenos Aires, 17 de enero de 2013
Contacto; http://www.uniondemilitantes.com.ar
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